lunes, 17 de marzo de 2014

Cómo llegué a amar la vida

Jose Ramirez


amo la vida
Odiaba la vida y todo lo que en ella había. En el pasado para mi vivir era: miseria, dolor, resentimiento, temor, angustia, falta de afecto y soledad. Sí, hubo algunos buenos ratos. Hubo mucho vacío interior. Odiaba la vida. En recuperación he llegado a amar la vida. Al presente encuentro en mi vida: abundancia, placer, perdón y paz. Algunos malos ratos. Plenitud. ¿Cómo he llegado aquí?

Odiar la vida, mi pasado

Vivía tratando de ser alguien. Pensaba que era insignificante. Quería ser admirado, tener poder, dinero. Ser querido no era necesario. No tenía ninguna fe en el amor.
Era un resentido. Culpaba a mi pasado por todo. Justificaba mi comportamiento porque personas, lugares, instituciones e ideas me habían fallado. Tenía derecho a reparaciones.
El mundo estaba para servirme y tenía una deuda conmigo. Yo podía hacer lo que fuera con él pues él ya lo había hecho conmigo. Esa era mi mente entonces. Era un egocéntrico y un controlador.

La dependencia estaba inscrita en mi personalidad

A partir de ese deseo obsesivo era fácil caer en el comportamiento compulsivo. Era un adicto, un dependiente, una víctima de la enfermedad de la adicción mucho antes de usar cualquier sustancia. 
Como dice el Programa de Doce Pasos: una vida vivida a fuerza de voluntad difícilmente será venturosa . La mía definitivamente no lo era. Había en ella una amargura cortante y filosa. Me dolía mucho. Me sentía muy solo. Deseaba amor pero era incapaz de valorarlo o tenerlo. Dudaba de todo y de todos.
Tanta actitud negativa me cargaba y exigía de mi una fuerza y un temple que no tenía. Medicarme era necesario para sentir que podía con aquello que interiormente llevaba: toda una mina de miseria y dolor. Usaba sustancias para amilanar mi dolor, mi angustia y mi miedo. Con ellas y dependiendo de ellas me sentía capaz. Eran mi poder superior.

Cómo llegue a amar la vida, del pasado al presente

La ineficacia de mi poder superior destructivo combinado con el agotamiento físico y emocional, el desastre que tenía en mi vida íntima y familiar, me pusieron de rodillas. El 4 de abril de 1994 llegué derrotado a las juntas de Doce Pasos.
En las juntas una vida nueva se hizo posible para mi. De inmediato fue evidente que estaba en otra cosa. Aquello era otro mundo. Allí había dolor de sobra pero sobre el dolor reinaba la unidad y el amor incondicional. Había mucha risa además. También abrazos, aplausos y frases de estímulo: ¡sigue viniendo para que sigas viviendo! 
Aquellos locos me cautivaron. Se parecían mucho a mi pero “habían encontrado otra manera de vivir.” Yo quería lo que ellos tenían. El camino me fue revelado y la piedra fundamental era:
Aquí el único problema eres tú.
Si no asumía responsabilidad no tendría recuperación.  Se trataba de mi enfermedad, mis actitudes y de mi recuperación. Entonces mediante la practica de los Doce Pasos descubrí:
Al apoderarme mi vida comenzó a cambiar. Mis sueños comenzaron a hacerse realidad y la recuperación mostró ser un puente a la vida. El matemiento diario y la verdad de “sigue viniendo para que sigas viviendo” se hicieron patentes. Llegué a amar la vida con sus altas y bajas, imperfecta y dolorosa con un gran sentido de agradecimiento pues la recuperación fue un regalo y un milagro.

La práctica de amar la vida

Han pasado casi veinte años. Hoy me siento “en manos de Dios.” En la medida que he podido, con mucho esfuerzo, oración y ayuda de otros, a fuerza de golpes también, he abandonado el control total de mi vida y la he puesto en las manos de DiosEl es el verdadero dueño de ella.
Me he aceptado como soy, con defectos y virtudes. Soy más compasivo con otros también. Considero el servicio a los demás como una prioridad y tengo una vida integra (¡en la medida que es humanamente posible!).
Hoy tengo una familia. Soy padre de una hija que he criado y vive conmigo. Una esposa que amo y me ama y que me di tiempo de conocer y valorar antes de establecer una relación de matrimonio. Creo que soy muy buen padre y buen esposo.
Mi vida es sencilla. No busco el reconocimiento. Es totalmente innecesario para mi. Se que soy amado y profundamente amado, tal y como soy. No tengo que hacer nada para merecer amor.
Perdono y me perdono. No tengo muchos resentimientos.
Soy responsable y no dejo una estela de desastres a mi paso.
No soy un misterio. Me comunico con otros.
Cuido mi salud. Tengo cáncer. Tengo fe.

Conclusión: ¡amar la vida!

Observo este viaje que he vivido y me siento afortunado y complacido. No cambiaría nada sobre mi vida. Ha sido extraordinaria. Divertida. En ella hay de todo: dolor y miseria, alegría y plenitud. No ha sido una línea recta gracias a Dios. Línea recta es la que muestra tu electrocardiograma cuando mueres.  No me interesa.
Amo esta vida. ¿Y tú?

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