sábado, 21 de marzo de 2015

La relación de cada persona con el consumo de drogas es particular, dinámica y sujeta a cambios.

En primer lugar, hemos de destacar que, si algo hemos aprendido a lo largo de nuestra experiencia es que la relación de cada persona con el consumo de drogas es particular, dinámica y sujeta a cambios. Justamente ese es el motivo por el cual podemos intervenir, porque siempre existe la posibilidad de operar un giro en esa relación. No es la sustancia la que hace al adicto ni tampoco es el consumo puntual el que le convierte en dependiente. El proceso, su duración, intensidad y posible virulencia, guarda relación con multiplicidad de variables de carácter subjetivo y también social. La relación que cada uno/a de nosotros/as mantiene con la norma y la ley, las estrategias y herramientas que tenemos para enfrentar el aburrimiento o la presión grupal, nuestra autopercepción… todas estas cuestiones se establecen en nuestro proceso de socialización, a través de la educación que recibimos en la familia, en la escuela, en nuestro grupo de iguales y, sin duda, en los valores y prácticas que se nos transmiten desde la comunidad social amplia.
Y aquí es donde queremos también poner la mirada. Los jóvenes no son seres al margen de la sociedad, forman parte de ella y son también hijos/as de una época. Quizá convendría pues interrogarse sobre el modelo de sociedad que compartimos, un modelo que se caracteriza por, entre otros rasgos, la inconsistencia de los vínculos sociales, el consumo voraz de toda suerte de objetos y la falta de integridad ética que genera a su vez desafección y falta de confianza en nuestras instituciones. Acaso algo de lo que les ocurre a esos jóvenes (que no son todos) guarda relación con este estilo de vida que cuestionamos tan poco. Acaso algo de la desafección y de la anestesia emocional (con la comida, con la medicación…) yace también en el sustrato de sus posiciones. Correspondería entonces aceptar una parte de nuestra responsabilidad como comunidad.





Y conviene hacerlo no solo desde la vertiente de asunción de responsabilidades sino también, y en especial en la acción social, desde la dimensión de apertura de posibilidades. Desde su inclusión en el espacio público (la expulsión de los jóvenes de éste es especialmente notoria en la ciudad) hasta su participación en la vida comunitaria y política, tenemos un amplio recorrido de mejora. Hemos de operar un tránsito desde esta asociación jóvenes-problema para convertirlo en algo menos problematizado y más plagado de promesa que de dificultad.

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