martes, 29 de abril de 2014

LA MITOMANÍA.

LA MITOMANÍA.

La mitomanía, se puede definir como el hábito de mentir constantemente, esta patología se trata de una tendencia del carácter de la persona a mentir y a crear historias inventadas o simuladas.
Lo que busca una persona mitómana es siempre obtener algún beneficio, las invenciones son un truco con un fin. El mitómano es un individuo inestable, que se sugestiona y que generalmente actúa con falsedad. Aunque al comienzo la simulación o la mentira son un hecho consciente, luego se verá a sí mismo como parte de su juego.
Dicho en otras palabras: acaba creyéndose sus propias mentiras. Sin embargo la caída en su propia falsedad es una convicción frágil y por lo tanto siempre reversible. Con ayuda de especialistas se puede salir de esto, con voluntad y un cambio profundo en la manera de pensar.
El mitómano encuentra que todos los medios son buenos para modificar la realidad: las mentiras, fábulas, simulación de enfermedades mentales y físicas, entre otras.
La mitomanía puede clasificarse en dos categorías:
#1.- Mitomanía Vanidosa
#2.- Mitomanía Perversa
La mitomanía vanidosa está caracterizada por exageraciones como:
Proezas atléticas, actos de adoración, éxitos amorosos, actos heroicos, fortunas hábilmente ganadas entre otras.
La mitomanía perversa se caracteriza por agresividad y dañar a otros como: Difamación, denuncias, falsas acusaciones, falsos atentados, cartas anónimas entre otras.
 Los Mitómanos
Los mitómanos son personas que mienten en forma sistemática y la mayoría de sus mentiras son irracionales, porque no tienen ninguna razón para mentir, es decir, mienten en la mayoría de la veces, ante situaciones en las que no hay necesidad de mentir.
El mitómano imagina y siente cosas que no suceden realmente. Se cree sus propias mentiras y las ve como si fueran realidad. Vive en un mundo irreal y utiliza el engaño para conseguir lo que quiere.
Los mitómanos tienen un trastorno emocional que consiste en imaginar, ver y sentir cosas que no pasan realmente y aquí el que sufre es el mentiroso que se cree sus propias falsedades y las ve como si fueran realidad.
Los mitómanos viven en un mundo irreal, adulterado, y al final no se dan cuenta de que se están haciendo daño, y se están lastimando, porque se envuelven en sus propias fantasías. Estas personas llegan a crearse su propio mundo e intentan demostrar a los demás que todo lo que dicen y hacen es cierto.
Los mitómanos llegan al extremo de manipular para conseguir lo que quieren, usan mecanismos de defensa e inventan sucesos, aunque no saben que pueden deformar su personalidad.
Algunos mitómanos llegan a proclamarse maestros, iniciados o reencarnaciones, pero no son más que falsos, que ignoran que lo son. Si la persona no busca tratamiento, llega a perder el prestigio social, la transparencia, la conducta discriminada y se convierte en un gran mentiroso, nadie lo toma en cuenta y no puede sostener pareja, familia ni trabajo.
Una persona que habla mentiras permanentemente sin tener ningún motivo, es fantasiosa, ilusa y se inventa un proyecto que no existe, se trata de un mitómano.
Esta patología es un patrón que se aprende, se repite y luego llena los espacios en la vida de la persona, al adaptarse a resolver necesidades con falsedades. Al cabo de un tiempo, esos individuos van perdiendo credibilidad y terminan siendo aislados y rechazados en el ámbito familiar, social y laboral.
Cuando los demás descubren que todo lo que dice la persona es mentira le van perdiendo confianza, la mitomanía es mas común que se desarrolle en la adolescencia y en la adultez temprana, entre los 18 y 25 años.
En primer lugar habría que entender que la mitomanía suele estar presente en personas que no se encuentran satisfechas con su vida y necesitan fantasear, tal vez directamente mentir, para hacerla más atractiva ante los demás.
Muchos hijos se crían mitómanos a causa de padres con esta tendencia, dentro del matrimonio: una esposa o un esposo mitómano es una carga emocional que trae consigo varios problemas, sobre todo se pierde la confianza que debe prevalecer dentro del matrimonio.
El mitómano no planifica lo que va a decir y no tiene un orden de secuencia de discriminar qué tan grande es la mentira o qué tan fuera de contexto está, sino que la profiere con la creencia de que tiene el control de ordenar sus pensamientos.
El mitómano interfiere en el orden individual, familiar, de pareja y socialmente.
En el individual se va perdiendo la credibilidad pública, nadie le cree, y lo más crítico es cuando tiene como ciertas sus propias mentiras y le causan problemas de identidad.
En el orden familiar, la familia se agota de escuchar tantas mentiras; una y varias veces ha sido engañada y les ha dejado un alto grado de desilusión.
Con su pareja la cosa se torna delicada cuando entra en el descrédito y tiende a tener problemas de infidelidad. En el aspecto social lo rechazan, incluso, le ponen sobrenombres.
El mitómano tiene que someterse a un tratamiento, ninguno se cura solo, se recomiendan algunos tipos de terapia y se le dan reforzadores, por ejemplo, si no dijo mentiras en esta semana se le dan premios.
Mentiras en Adultos
El adulto es mentiroso cuando no ha superado los obstáculos que le ha puesto la vida, y engaña para sentirse el triunfador que nunca ha sido.
Mientras que el anciano miente cuando no justifica, por vergüenza, los errores que ha cometido a lo largo de su existencia.
En los adultos la mitomanía se define como el trastorno psicológico consistente en mentir patológica y continuamente falseando la realidad y haciéndola más soportable, el mitómano no sublima su impulso transformándolo en arte.
La palabra mitomanía se origina del griego (mitos): mentira, y (mania): modismo. Con frecuencia, el enfermo, de carácter más bien paranoide, desfigura mentirosamente la propia idea que tiene de sí mismo, magnificándola o disfrazando unos humildes orígenes con mentiras de todo tipo, de forma que llega realmente a creerse su propia historia y se establece una gran distancia entre la imagen que tiene el enfermo de sí mismo y la imagen real.
Si bien la mentira puede ser útil y es un comportamiento social frecuente, el mitómano se caracteriza por recurrir a esta conducta continuamente sin valorar las consecuencias, con tal de maquillar una realidad que considera inaceptable urdiendo todo tipo de sistemas delirantes.
Esta característica está asociada a trastornos de personalidad graves. Pero quien se siente inferior, puede recurrir a la mentira con el intento de demostrar a los demás que tiene éxito. El individuo, por medio de las mentiras está empeñado en obtener casi todo lo que pueda para satisfacer sus propias necesidades.
Especialistas sostienen que el mitómano tiene una tendencia patológica, un impulso irrefrenable por deformar la realidad. El contenido y la extensión de sus mentiras es desproporcionado para cualquier finalidad o ventaja personal que se pretenda con ella. Hay una intención de engaño que al individuo le resulta difícil de controlar.
Nuestra relación con la mentira, con qué frecuencia mentimos, y qué gravedad tienen esas mentiras, la podemos ver como un índice que mide nuestro grado de responsabilidad y madurez; de cómo afrontamos las frustraciones, y si mostramos una coherencia en las actitudes y comportamientos en nuestra vida.
Quien oculta la verdad retiene parte de una información que para el interlocutor puede ser interesante aunque, en sentido estricto, no falta a la verdad. Sin embargo, quien falsea la realidad da un paso más, al emitir una información falsa con etiqueta de real.
Resulta más fácil mentir por omisión, a pesar de que puede resultar tanto, o más dañino e inmoral, que la mentira activa.
Se recurre asimismo al falseamiento cuando se ocultan emociones o sentimientos que aportan información relevante al interlocutor, en la medida que pueden inducirle a error de interpretación o a iniciar acciones inadecuadas. En el amor, esto todos lo hacen.
También podemos mentirnos a nosotros mismos, para evitar asumir alguna responsabilidad, por temor a encarar una situación problemática, por la dificultad que nos supone reconocer un sentimiento. Invariablemente, antes o después, este autoengaño nos lleva a mentir a los demás.
Otras formas de mentir son las verdades a medias, el mentiroso niega parte de la verdad o sólo comparte una fracción de ella y las versiones oficiales, en las que se dice la verdad pero de un modo tan exagerado que el interlocutor, casi ridiculizado, la toma por no cierta.
Algunas personas casi nunca mienten por razones bien distintas a la ética o la conveniencia. Por miedo a ser descubiertos, por pereza, por orgullo, pero, si lo pensamos bien, razones bien similares son las que pueden impulsarnos a mentir u omitir, en determinadas circunstancias, lo que pensamos o sabemos que es la verdad.
Tan importante como el hecho de mentir o decir la verdad es la intención con que se hace una u otra cosa, y he ahí donde reside el verdadero dilema moral.
Una mentira que a nadie daña, o incluso reporta beneficio a su destinatario, puede ser más defendible que una verdad que causa dolor innecesariamente.
Mentimos por muchas razones: por conveniencia, odio, compasión, envidia, egoísmo, por necesidad, o como defensa ante una agresión.
La mentira razonada persigue un interés concreto, es malévola y se emite con la intención de perjudicar o engañar. Ésta es la mentira que define al psicópata.
En la mentira sentimental, lo que se dice o se hace no concuerda con la situación emocional de la persona, la mentira del amor.
Olvidando su origen, no todas las mentiras son iguales. Las menos convenientes para nuestra psique son las mentiras en que incurrimos para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestros actos.
Las menos admisibles son las que hacen daño, las que equivocan y las que pueden conducir a que el receptor adopte decisiones que le perjudiquen.
Concluyamos, por tanto, que los dos parámetros esenciales para medir la gravedad de la mentira son la intención que la impulsa y el efecto que ésta causa.
ESPERO QUE ALGUNOS AL LEER ESTE ESCRITO REFLEXIONEN.
BUENOS DÍAS.
















La mitomanía, se puede definir como el hábito de mentir constantemente, esta patología se trata de una tendencia del carácter de la persona a mentir y a crear historias inventadas o simuladas.
Lo que busca una persona mitómana es siempre obtener algún beneficio, las invenciones son un truco con un fin. El mitómano es un individuo inestable, que se sugestiona y que generalmente actúa con falsedad. Aunque al comienzo la simulación o la mentira son un hecho consciente, luego se verá a sí mismo como parte de su juego.
Dicho en otras palabras: acaba creyéndose sus propias mentiras. Sin embargo la caída en su propia falsedad es una convicción frágil y por lo tanto siempre reversible. Con ayuda de especialistas se puede salir de esto, con voluntad y un cambio profundo en la manera de pensar.
El mitómano encuentra que todos los medios son buenos para modificar la realidad: las mentiras, fábulas, simulación de enfermedades mentales y físicas, entre otras.
La mitomanía puede clasificarse en dos categorías:
#1.- Mitomanía Vanidosa
#2.- Mitomanía Perversa

La mitomanía vanidosa está caracterizada por exageraciones como:
Proezas atléticas, actos de adoración, éxitos amorosos, actos heroicos, fortunas hábilmente ganadas entre otras.
La mitomanía perversa se caracteriza por agresividad y dañar a otros como: Difamación, denuncias, falsas acusaciones, falsos atentados, cartas anónimas entre otras.
Los Mitómanos
Los mitómanos son personas que mienten en forma sistemática y la mayoría de sus mentiras son irracionales, porque no tienen ninguna razón para mentir, es decir, mienten en la mayoría de la veces, ante situaciones en las que no hay necesidad de mentir.
El mitómano imagina y siente cosas que no suceden realmente. Se cree sus propias mentiras y las ve como si fueran realidad. Vive en un mundo irreal y utiliza el engaño para conseguir lo que quiere.
Los mitómanos tienen un trastorno emocional que consiste en imaginar, ver y sentir cosas que no pasan realmente y aquí el que sufre es el mentiroso que se cree sus propias falsedades y las ve como si fueran realidad.
Los mitómanos viven en un mundo irreal, adulterado, y al final no se dan cuenta de que se están haciendo daño, y se están lastimando, porque se envuelven en sus propias fantasías. Estas personas llegan a crearse su propio mundo e intentan demostrar a los demás que todo lo que dicen y hacen es cierto.
Los mitómanos llegan al extremo de manipular para conseguir lo que quieren, usan mecanismos de defensa e inventan sucesos, aunque no saben que pueden deformar su personalidad.

Algunos mitómanos llegan a proclamarse maestros, iniciados o reencarnaciones, pero no son más que falsos, que ignoran que lo son. Si la persona no busca tratamiento, llega a perder el prestigio social, la transparencia, la conducta discriminada y se convierte en un gran mentiroso, nadie lo toma en cuenta y no puede sostener pareja, familia ni trabajo.
Una persona que habla mentiras permanentemente sin tener ningún motivo, es fantasiosa, ilusa y se inventa un proyecto que no existe, se trata de un mitómano.
Esta patología es un patrón que se aprende, se repite y luego llena los espacios en la vida de la persona, al adaptarse a resolver necesidades con falsedades. Al cabo de un tiempo, esos individuos van perdiendo credibilidad y terminan siendo aislados y rechazados en el ámbito familiar, social y laboral.
Cuando los demás descubren que todo lo que dice la persona es mentira le van perdiendo confianza, la mitomanía es mas común que se desarrolle en la adolescencia y en la adultez temprana, entre los 18 y 25 años.
En primer lugar habría que entender que la mitomanía suele estar presente en personas que no se encuentran satisfechas con su vida y necesitan fantasear, tal vez directamente mentir, para hacerla más atractiva ante los demás.
Muchos hijos se crían mitómanos a causa de padres con esta tendencia, dentro del matrimonio: una esposa o un esposo mitómano es una carga emocional que trae consigo varios problemas, sobre todo se pierde la confianza que debe prevalecer dentro del matrimonio.
El mitómano no planifica lo que va a decir y no tiene un orden de secuencia de discriminar qué tan grande es la mentira o qué tan fuera de contexto está, sino que la profiere con la creencia de que tiene el control de ordenar sus pensamientos.
El mitómano interfiere en el orden individual, familiar, de pareja y socialmente.
En el individual se va perdiendo la credibilidad pública, nadie le cree, y lo más crítico es cuando tiene como ciertas sus propias mentiras y le causan problemas de identidad.
En el orden familiar, la familia se agota de escuchar tantas mentiras; una y varias veces ha sido engañada y les ha dejado un alto grado de desilusión.
Con su pareja la cosa se torna delicada cuando entra en el descrédito y tiende a tener problemas de infidelidad. En el aspecto social lo rechazan, incluso, le ponen sobrenombres.
El mitómano tiene que someterse a un tratamiento, ninguno se cura solo, se recomiendan algunos tipos de terapia y se le dan reforzadores, por ejemplo, si no dijo mentiras en esta semana se le dan premios.

Mentiras en Adultos
El adulto es mentiroso cuando no ha superado los obstáculos que le ha puesto la vida, y engaña para sentirse el triunfador que nunca ha sido.
Mientras que el anciano miente cuando no justifica, por vergüenza, los errores que ha cometido a lo largo de su existencia.

En los adultos la mitomanía se define como el trastorno psicológico consistente en mentir patológica y continuamente falseando la realidad y haciéndola más soportable, el mitómano no sublima su impulso transformándolo en arte.
La palabra mitomanía se origina del griego (mitos): mentira, y (mania): modismo. Con frecuencia, el enfermo, de carácter más bien paranoide, desfigura mentirosamente la propia idea que tiene de sí mismo, magnificándola o disfrazando unos humildes orígenes con mentiras de todo tipo, de forma que llega realmente a creerse su propia historia y se establece una gran distancia entre la imagen que tiene el enfermo de sí mismo y la imagen real.
Si bien la mentira puede ser útil y es un comportamiento social frecuente, el mitómano se caracteriza por recurrir a esta conducta continuamente sin valorar las consecuencias, con tal de maquillar una realidad que considera inaceptable urdiendo todo tipo de sistemas delirantes.
Esta característica está asociada a trastornos de personalidad graves. Pero quien se siente inferior, puede recurrir a la mentira con el intento de demostrar a los demás que tiene éxito. El individuo, por medio de las mentiras está empeñado en obtener casi todo lo que pueda para satisfacer sus propias necesidades.
Especialistas sostienen que el mitómano tiene una tendencia patológica, un impulso irrefrenable por deformar la realidad. El contenido y la extensión de sus mentiras es desproporcionado para cualquier finalidad o ventaja personal que se pretenda con ella. Hay una intención de engaño que al individuo le resulta difícil de controlar.
Nuestra relación con la mentira, con qué frecuencia mentimos, y qué gravedad tienen esas mentiras, la podemos ver como un índice que mide nuestro grado de responsabilidad y madurez; de cómo afrontamos las frustraciones, y si mostramos una coherencia en las actitudes y comportamientos en nuestra vida.
Quien oculta la verdad retiene parte de una información que para el interlocutor puede ser interesante aunque, en sentido estricto, no falta a la verdad. Sin embargo, quien falsea la realidad da un paso más, al emitir una información falsa con etiqueta de real.
Resulta más fácil mentir por omisión, a pesar de que puede resultar tanto, o más dañino e inmoral, que la mentira activa.
Se recurre asimismo al falseamiento cuando se ocultan emociones o sentimientos que aportan información relevante al interlocutor, en la medida que pueden inducirle a error de interpretación o a iniciar acciones inadecuadas. En el amor, esto todos lo hacen.
También podemos mentirnos a nosotros mismos, para evitar asumir alguna responsabilidad, por temor a encarar una situación problemática, por la dificultad que nos supone reconocer un sentimiento. Invariablemente, antes o después, este autoengaño nos lleva a mentir a los demás.
Otras formas de mentir son las verdades a medias, el mentiroso niega parte de la verdad o sólo comparte una fracción de ella y las versiones oficiales, en las que se dice la verdad pero de un modo tan exagerado que el interlocutor, casi ridiculizado, la toma por no cierta.

Algunas personas casi nunca mienten por razones bien distintas a la ética o la conveniencia. Por miedo a ser descubiertos, por pereza, por orgullo, pero, si lo pensamos bien, razones bien similares son las que pueden impulsarnos a mentir u omitir, en determinadas circunstancias, lo que pensamos o sabemos que es la verdad.
Tan importante como el hecho de mentir o decir la verdad es la intención con que se hace una u otra cosa, y he ahí donde reside el verdadero dilema moral.
Una mentira que a nadie daña, o incluso reporta beneficio a su destinatario, puede ser más defendible que una verdad que causa dolor innecesariamente.
Mentimos por muchas razones: por conveniencia, odio, compasión, envidia, egoísmo, por necesidad, o como defensa ante una agresión.
La mentira razonada persigue un interés concreto, es malévola y se emite con la intención de perjudicar o engañar. Ésta es la mentira que define al psicópata.
En la mentira sentimental, lo que se dice o se hace no concuerda con la situación emocional de la persona, la mentira del amor.
Olvidando su origen, no todas las mentiras son iguales. Las menos convenientes para nuestra psique son las mentiras en que incurrimos para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestros actos.
Las menos admisibles son las que hacen daño, las que equivocan y las que pueden conducir a que el receptor adopte decisiones que le perjudiquen.
Concluyamos, por tanto, que los dos parámetros esenciales para medir la gravedad de la mentira son la intención que la impulsa y el efecto que ésta causa.
ESPERO QUE ALGUNOS AL LEER ESTE ESCRITO REFLEXIONEN.
BUENOS DÍAS.
F.REYES.

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