martes, 4 de marzo de 2014

Codependencia? ¡Nunca más!?

Su odisea personal comenzó cuando era muy joven. Fue, como tantos niños de padres inmaduros, totalmente excluida. Se sentía sola, aislada y culpable por no lograr establecer un puente de comunicación afectiva entre sus progenitores --- combatientes opuestos en una guerra amarga y sin treguas.
Tenía otros hermanos, pero no le concernían. A quien envidiaba fue a su hermana mayor, quien, para todos había asumido el rol de ser la hija favorita --- pero, aún así, su presencia no bastaba para que sus padres remediaran la grieta abismal que los apartara.
"Pleitos, y más pleitos…" era el modo, como en la terapia, Miriam describiera toda comunicación entre sus padres.
"Pleitos, pleitos, pleitos… y más pleitos"
Los papás se tiraban platos, se daban golpes y se llamaban nombres horribles.
Ella temía, que un día, su papá mataría a la mamá. Si no porque la odiaba, porque así la amenazaba en sus rabietas.
El hogar donde nuestra paciente naciera, poseía las apariencias externas de una casa de ambiente normal.
La prosperidad económica de la familia por parte del papá, les aseguraba lujos que otros, con menos fortuna, envidiarían --- lo que no suministraba eran paz y armonía.
"Pleitos, pleitos y más pleitos…"
Se sentía culpable porque, en su fantasía de niña en latencia, no conseguía ser la razón por la que sus padres llegaran a un acuerdo, a una tregua, a un paro en las hostilidades.
Se imaginó que, si ella hubiera sido el varón, que en su mente inmadura, todo papá espera como hijo, que ella podría darle compañía, estar con él y proporcionarle lo que él quería y que su mamá no le proporcionara.
Trató de enmendar su identidad sexual, adoptando estilos de comportamientos masculinos, los que sólo le restaban a su belleza física natural.
Como muchas adolescentes aprendió a montar caballos para sentirse más formidable y viril. El cuidado de la montura, bestia poderosa, le aseguraba que era capaz y, a la vez, vigorosa.
Lo que montar caballos no pudo hacer, fue proporcionarle un remedio por sus sentimientos de tristeza y soledad, frente a la confusión en que, como adolescente, viviera.
Terminó el bachillerato y no continuó con la universidad para avanzar más. Se dedicó a socializar con sus amigos y amigas. Comenzó a fumar. Le gustó. También comenzó a experimentar con el alcohol, lo que terminaría gustándole también.
Ya no le importaría si su papá y su mamá peleaban, porque, finalmente, se habían divorciado --- no sin antes procrear más hijos entre ellos.
Conoció a Darío. Lo trató, se hicieron novios y decidieron casarse. Pero no era lo que quería. Quería otras cosas.
Lo que en realidad quería, eran relaciones codependientes. Las quería, porque éstas llenarían un vacío existencial que en ella habitara desde su niñez.
Cuando una persona vive su vida a través de las de los demás y a costa de sus legítimas necesidades, esa persona va más allá de lo que constituye la madurez genuina. Esa persona se consume y se destruye, para complacer al otro, hasta el punto de la disipación psicológica.
Todo afecto que no produce paz, sino angustia o culpa, está contaminado de codependencia. Ese tipo de apego patológico, de obsesión, es sumamente destructivo. Al no producir paz interior ni crecimiento espiritual, no lleva a la felicidad.
La codependencia crea amargura, angustia, enojo y culpabilidad irracional. El fruto de una relación verdadera debe ser la paz y la alegría. Si no es así, algo no está bien.
La codependencia nace de un hambre nociva por aceptación, quizás provocada por un ambiente familiar en el cual uno no se sentía bienvenido o aceptado.
El dolor en la codependencia es siempre mayor que el afecto que se recibe.
Una de las características de la persona codependiente es que no confía en la otra persona a la que trata de influir. Esto lo demuestra persiguiéndola, tratando de controlarla, diciéndole lo que tiene que hacer, celándola y procurando avasallarla con sus demandas infantiles.
La sobreprotección, signo de codependencia, a veces nace de la situación de una persona que ha perdido a su esposo, o de un hijo que ha perdido a su padre.
Hay, asimismo, padres que usan a sus hijos para llenar un vacío.
Existen igualmente seres humanos que usan al cónyuge o al amante para mantener viva en el presente, una relación que en el pasado permaneciera irresuelta, aunque la otra persona haya muerto.
El codependiente no sabe quién es, lo que siente, ni cuáles son sus necesidades emocionales. El codependiente vive como un ser vacío.
El codependiente, a menudo sufre del fenómeno de la anhedonia. Estudiado en previas lecciones.
El amor maduro promueve el crecimiento mutuo. El fin de todo ser humano no es complacer siempre al otro, o ser lo que el otro espera, sino ser el reflejo de su individualidad propia para los demás y para sí mismo. El sentirse autónomo e independiente de todos los demás.
La codependencia aparenta ser devoción, pero es egoísmo, mutua destrucción, miedo, control, relación condicionada: "Te amo si cambias". "Si no haces lo que digo, te recrimino, te persigo, me siento tu víctima." En la codependencia hay una gran cantidad de manipulación. Es una relación descontrolada: "hagamos todo lo que sea para que esa persona se acomode a mí y a mis demandas de ella".
En momentos de frustración, la codependencia es abusiva o demuestra asimismo enorme tolerancia a ser víctima del abuso. La persona codependiente permite tanto dolor, que no reconoce la explotación cuando lo sufre. Ha llegado a tener una autoestima tan baja, que ya no se da cuenta de que están aprovechándose de ella.
El codependiente necesita dar continuamente para no sufrir culpabilidad, ansiedad, enojo, miedo, o temor. Necesita dar, sentirse necesario para tener autoestima. Está dominado por sentimientos enfermizos y no por la razón.
El amor humano debe ajustarse al principio de la realidad. Los codependientes se dejan gobernar solamente por sus sentimientos. Sus autoestimas dependen del comportamiento o de la reacción de quienes dicen querer.
El codependiente necesita ayuda profesional, de lo contrario sus actividades destructivas se perpetuarán.