lunes, 24 de febrero de 2014

¿Por qué el miedo a decir no?

Aprender a decir "no"

Dr. Félix E. F. Larocca
Cuando queremos decir "no" y decimos "sí", estamos devaluando nuestro "sí".
Comunicarse eficientemente con los demás, con precisión y empatía y dejando un residuo final de imagen positiva ante nuestros interlocutores es uno de los cometidos clave de una vida en sociedad. Se trata de un proceso complejo, en el que debemos articular habilidades aprendidas y talentos naturales (como el dominio del lenguaje oral y gestual, el don de la oportunidad, la adecuada gestión de las emociones, el encanto personal…). Es un proceso éste, en el que hemos de combinar la tolerancia necesaria para aceptar y entender al otro, con la capacidad de expresar nuestras opiniones o preferencias. Hay dos cosas que a muchas personas les resultan problemáticas y difíciles: una es de pedir o solicitar favores, y la otra, es decir "no". Centrándonos en esta última cuestión, dar respuestas negativas supone un esfuerzo --- empeñados como estamos en caer bien --- en resultar tolerantes, comprensivos, amables y diligentes. La timidez y el déficit de autoestima son problemas añadidos a la dificultad que tenemos.
Todo empieza en la infancia
Entre las primeras actitudes que aprende un bebé, la de negarse, la de rebelarse ante sus padres, ocupa un lugar preferente. Oponerse es la mejor manera que el niño o niña tiene para afirmarse. Es una forma de marcar una diferencia entre ellos y el mundo circundante, una defensa ante la sensación de invasión que perciben por el requerimiento constante que viene de sus mayores. Con el paso de los años la estrategia del niño no va remitiendo, porque en la adolescencia recobra su fuerza y se erige casi en patrón dominante de conducta.
Pero en la medida que el joven va asumiendo mayores cantidades de responsabilidad y autonomía, le resulta más difícil decir no. Comienzan a adquirir relevancia planteamientos como los de evitar problemas innecesarios y propiciar un buen ambiente con su entorno, caer bien a los demás, soslayar las discusiones… El problema surge cuando esta tendencia se consolida en exceso y, por timidez, comodidad o pragmatismo se convierte en hábito.
Hay que diferenciar entre no contrariar a nuestros interlocutores porque coincidimos con sus propuestas, opiniones o planteamientos y hacerlo por hábito, siempre y en cualquier circunstancia. Si no manifestamos nuestro desacuerdo cuando discrepamos en cuestiones importantes, o si hacemos lo que consideramos inapropiado o lo que resulta perjudicial para nuestros intereses, anteponemos las necesidades, opiniones o deseos de los demás a los nuestros. Esto puede causarnos, además de los previsibles perjuicios de índole práctica, problemas de autoestima, y puede trasmitir de nosotros una imagen de personas con poco albedrío.
Tras esta conducta complaciente puede hallarse la creencia de que llevar la contraria o no aceptar tareas que consideramos incorrectas, o que no nos corresponden conduce a que se nos vea (o nos veamos) como egoístas. Muchos piensan que eso es lo peor que les pueden llamar, hasta tal punto tienen asumido que la generosidad, la compasión, la empatía y la abnegación altruista son atributos positivos, y del todo contrapuestos al egoísmo natural --- y hasta cierto punto, lógico --- de todas las personas.
¿Por qué el miedo a decir no?
Algunas personas sufren cada vez que se han de negar a algo, bien sea por miedo a defraudar las expectativas de otros, bien por temor a no dar o a no saber argumentar su negativa, o por simple pereza y comodidad. Se trata, en definitiva, del miedo a no ser estimados y queridos. Nuestra necesidad de ser aceptados, atendidos y tenidos en cuenta, puede llevarnos --- desde el espejismo que crea una autoestima poco asentada --- a mostrar una constante disponibilidad a todo, lo que nos sume en una dependencia no sólo de los demás, sino de esa imagen desde la que actuamos, dejando de ejercer nuestro derecho a decir "no". Esa dependencia dificulta nuestra evolución personal, dinamita nuestra autoestima, e imposibilita el libre ejercicio de la responsabilidad que propicia relaciones saludables y equilibradas de interdependencia con los demás, en las que decimos "sí" cuando lo consideramos adecuado y en las que mantenemos en pie la posibilidad de siempre decir que "no".
La fuerza del sí
Un "no" a secas resulta para muchos demasiado expeditivo; después del "no" les conviene decir "sí", aunque sea a la postura contraria de la del interlocutor, proporcionando alternativas, exponiendo y defendiendo los argumentos con convicción y firmeza pero eso sí, sin herir ni menospreciar.
Pero, esto sólo es posible si se sabe decir "no" sin sentimientos de culpa por ello.
Cuando queremos decir "no" y, sin embargo, decimos "sí", estamos devaluando nuestro "sí", ya que, de puro rutinario, lo hemos despojado de su verdadero valor. Devaluar nuestra afirmación es hacerlo con nuestro crédito como personas que sienten, piensan y tienen criterio propio. Equivale a devaluarnos ante los demás y ante nosotros mismos.
No es una buena costumbre.
Hemos de buscar un equilibrio que nos permita ser tolerantes y comprensivos, pero siempre habilitando un espacio para expresar nuestros matices o discrepancias. Si cedemos siempre, nos estamos haciendo daño. Si no somos capaces de decir "no", pensaremos que a los demás les puede ocurrir lo mismo. Entonces, cada vez que obtengamos una afirmación a algo que pedimos o comentamos, dudaremos de si realmente es una respuesta sincera, y por ende, si importamos a nuestro interlocutor.
Este asunto crea un verdadero círculo vicioso que resulta inextricable.
Ser nosotros mismos
Conectar con nuestras necesidades, atender a lo que queremos y necesitamos, priorizar el cómo estamos en cada momento y situación, nos obliga a saber decir "no". En ocasiones, decir "no" deviene necesario para conocernos, para significarnos y mostrarnos al mundo tal como somos. Desde la sinceridad empática (acercándonos a la situación del interlocutor), entablaremos unas relaciones de autenticidad, en las que impere un diálogo más veraz, fluido y constructivo. De esa manera, podremos decir que sabemos con quién hablamos y cómo se encuentra la persona con la que lo hacemos. Hay demasiadas relaciones vacías, formales, vestidas de cordialidad y buenos modales. Una cosa es la sociabilidad y otra muy distinta, la hipocresía del "quedar bien" a toda costa.
Digamos "no" cuando queremos decir "no"
No nos sintamos culpables por decir "no".
Demos siempre prioridad a nuestras necesidades, opiniones y deseos sin creer que es manifestación de egoísmo, sino de responsabilidad, autoestima y madurez.
Decir "no" cuando lo consideramos justo o necesario, es la mejor forma de comprobar en qué medida nos valoramos y sí se nos quiere por lo que somos en realidad.
Permitámonos verificar que nuestras negativas no sólo no rompen vínculos con los demás, sino que plasman un compromiso de sinceridad, respeto, responsabilidad y autenticidad.
La confianza se fortalece cuando el diálogo y la interacción no se sustentan en falsos asentimientos y condescendencias.
Si ejercemos nuestro derecho a decir "no", podremos pensar que los demás hacen lo propio, y asentaremos una comunicación más insobornable, veraz y fluida.
En resumen
Cuando teníamos dos años de edad, todos travesamos un período del desarrollo cuando la palabra "no" era ubicua en nuestro vocabulario.
Más adelante, cuando fuimos instruidos en los acicates de las elegancias sociales, aprendimos que las apariencias exigían que nos congraciáramos con los demás para ser aceptados por ellos. En ese instante perdimos algo de nuestra autonomía, ya que negar lo pedido a muchos ofendería.
Pero, no es así, decir que "no" es un arte y una medida de autoestima defensiva que debemos cultivar.
Si nos resulta difícil decir "no", aprendamos entonces, a decir "¡Nyet!"

No hay comentarios:

Publicar un comentario