martes, 29 de diciembre de 2015

LOS JÓVENES PROBLEMÁTICOS. LOS NIÑOS DE LA CALLE ( DONDE LA ADICCIÓN BUSCA PRESAS MUY VULNERABLES).


Todos los conocemos un poco de vista. Nos los cruzamos en las esquinas de las grandes ciudades, en un semáforo de las afueras, revoloteando a la puerta de cines y espectáculos, ofreciendo estampitas, flores, como también la nada que no tiene o que le falta o rebuscando en los contenedores de basura.
Los conocen mucho más en los servicios sociales municipales, a él y a sus hermanos, pero sobre todo a su madre. Va mucho por allí a ver si le dan una vivienda sin goteras, con techo y ventanas, y por la caja de pan y la leche para el más pequeño. Los conocen también en los centros especializados de menores, por donde con frecuencia pasan paulatinamente todos los hermanos. No es raro que también el padre o la madre, o los dos, sean antiguos alumnos de un centro similar. En los colegios públicos de E.G.B. del extrarradio también tienen conocimiento de su existencia; aunque más por las veces que el profesor pasa lista que por los días en que puede preguntarles la lección, sabérsela puede ser un milagro y acabar la E.G.B. imposible. Cuando crecen y llegan a los 14-16 años empiezan a ser bastante conocidos en los tribunales tutelares, en las comisarías, en los centros penitenciarios y en los de asistencia psiquiátrica, en el mundo del tráfico de drogas y de los ajustes de cuentas.
Con el tiempo tendrán hijos que, a su vez, reproducirán el mismo proceso de marginación. Sencillamente porque entre una y otra generación no ha mediado ninguna intervención social eficaz y global que rompa el proceso.
Pertenecen al estrato inferior de nuestra sociedad industrial, que vive en una situación de carencia económica extrema, con escasas posibilidades de acceder a los bienes y recursos en la comunidad, con una calidad de vida muy baja en contraste con esa sociedad. Puede decirse que cuanto mayor es el nivel medio de la sociedad la distancia que separa a este sector de la población es también mayor. Si observamos a estos niños y adolescentes "de la calle" veremos que son chicos como los demás: movidos, juguetones, saltarines. Si preguntamos su opinión a personas que los han tratado más de cerca, como los profesores o educadores, nos dirán que son mucho más difíciles de educar que los niños de clase media. Los describen como distraídos, inconstantes, inclinados a los juegos violentos, fáciles para la agresión física; en el terreno de los aprendizajes escolares, dicen, no tienen motivación, no entran a clase; si lo hacen, o están pasivos, o molestando a los demás. También suelen decir que son de reacciones irregulares e imprevisibles, sin venir a cuento se enfadan por una nimiedad que otras veces no le dan importancia, o por el contrario explotan de alegría incontenible por cosas sin importancia. En contraste con los niños de su misma edad pero de superior nivel social los profesores suelen decir que no atienden a razones, que las reflexiones que surten efecto con aquellos no lo hacen con estos; que el niño de la calle lo que mejor entiende es "el palo", que la amenaza de llamar a sus padres o de expulsarlos del colegio les deja indiferentes o incluso les alegra; y que las notas, el aprobar en junio o el repetir curso, les resulta tan lejano que es lo mismo que hablarle a una pared. Y no digamos de los argumentos sobre «el día de mañana", o el "estudia para luego tener un buen trabajo".
Estas apreciaciones de profesores y educadores no discrepan casi nada de las descripciones que conocidos investigadores de la psicología han realizado de los niños de clase social inferior.

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