martes, 17 de marzo de 2015

Los porros ya son una pieza habitual en la adolescencia

No nos engañemos, salvo en contadas ocasiones, un adolescente elegirá un tipo de amigos concretos, estudiará según qué, o querrá dejar los estudios para dedicarse a según qué trabajo, en relación a lo que él haya ido aprendiendo a lo largo de su vida, a lo que desde casa o desde otros referentes educativos le han conseguido traspasar y a lo que genéticamente ha heredado de sus padres biológicos. Por tanto, las decisiones que tomen nuestros hijos e hijas (como las nuestras) tienen nada o poco que ver con una lotería, ni a cara y cruz.
Durante el crecimiento de ellos y ellas, los padres deberán tomar muchas decisiones, y debemos tener en cuenta que no tomar decisiones es también una manera de tomarlas. La manera como educamos a nuestro hijo, las responsabilidades que le traspasamos, los límites que le marcamos, la sobreprotección que le encubrimos no dejan de ser acciones que conformarán su ser y que marcarán sus propias decisiones y su futuro.
Lógicamente, no todo serán decisiones sobre situaciones previsibles, sino que hay muchas que no nos esperamos y que aparecen de la nada. Todas ellas, las esperadas y las inesperadas las podríamos situar metafóricamente dentro del famoso juego del Tetris. Sí, aquel juego donde va cayendo pieza tras pieza, sin posibilidad de seleccionar el pause y que dependiendo de cómo hayamos colocado las piezas anteriores y de cómo de complicada tengamos la partida, las piezas serán más fáciles de recolocar y tendremos más tiempo para reaccionar y pensar dónde colocar la siguiente.
Los porros se han convertido ya en una pieza muy habitual en la adolescencia y la gran mayoría de padres, sorprendidos de su aparición, no tienen nada claro dónde situarla, ni de qué manera. Los padres reciben muchas presiones totalmente contrapuestas, desde una normalización del consumo de cannabis que la sociedad está experimentando en los últimos años hasta el recuerdo de su adolescencia donde el consumo de porros entraba dentro del mismo saco de la heroína o la cocaína.
Los progenitores perciben como existen cada vez más indicios de que el cannabis no es aquella droga de la que les hablaban sus padres, sus maestros o la televisión de su juventud, pero tampoco quieren sentirse culpables por si realmente los porros acaban dificultando el crecimiento de sus hijos adolescentes y ellos no le han dado la importancia que se merecía.

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