martes, 25 de noviembre de 2014

Historia de un amor casi posible


love
Cuando Pancho Pepe conoció el chat extendió los márgenes de su mundo sin necesidad alguna de cambios. Solamente con conectarse al internet ya, frente a sí, como si fuera magia, sus horizontes se ampliaron y por primera vez navegó como osado aventurero, más allá de su mínimo apartamento y su cubículo en la oficina de auditoría.
        Al comienzo todo fluyó con prudencia y reserva. Una y otra vez repitió los mismos preliminares hasta que conoció a Iluminada.
        -Hola, soy Pancho Pepe -escribió tímidamente.
        -Yo, Iluminada -le contestó sonriente.
        -Qué bien.
        -¿De dónde eres?
        -De Puerto Rico, una islita de Caribe, ¿sabes?
        -Sí, claro. Soy de Costa Rica -respondió ella, pensando que estaban cerca.
        -Qué bien
        -¿A qué te dedicas? -preguntó Iluminada, ya con curiosidad.
        -Soy auditor, ¿y tú?
        -Estudio.
        -Oh, ¿que estudias?
        -Cosmetología.
        -¡Qué bien!       
        -Sí.
        Aquella sencilla conversación abrió mares nuevos para él, territorios desconocidos a los que en su vida cotidiana jamás se aventuraba. Él era un hombre de rutinas, y el amor, el aprecio y la amistad requerían esfuerzo, sacrificio y cambio. Para él, eso era imposible. Pancho amaba su rutina. Se había asentado firmemente en ella, quizás demasiado. No lo sabía pero estaba anclado, fijo, y su tedio era su vida.
        El chat le permitió amar sin cambiar, aceptar sin tolerar, querer sin esfuerzo y experimentar pasiones sin inquietar su pulso, su buena presión arterial y, sobre todo, su sueño.  
        Ambos cambiaron a causa del chat. Ninguna relación física ya les satisfacía como antes y el mundo real les parecía monótono y sin sentido. Nada se aproximaba al coqueteo del deseo, al amor casi posible que nunca culminaba. Fue un proceso lento pero indudable y doce años después de conocerse, a pesar de varias interrupciones prolongadas, la verdad era que irremediablemente se reencontraban y ya vivían el uno para el otro como si este fuera el destino de ambos: un amor cibernético eterno.
        Hasta la noche del sueño.
*
        Aquella noche Pancho Pepe se quedó dormido con el móvil en mano. Soñó que este vibraba continuamente y ya molesto, porque no toleraba cambios ni interrupciones en su vida y menos en el sueño, tomó en sus manos el móvil y vio que era Iluminada.
       
        -Panchi, te amo. Pero ya quiero conocerte. Siento un amor inmenso por ti y quiero que sea real y verdadero. Ya es hora de que vengas, amor. No podemos seguir así. Este amor nuestro tiene que ser verdadero.
        Se puso ansioso al leer aquellas palabras que lo presionaban, que le pedían un cambio, y angustiado quiso despertarse pero no pudo. Ante su impotencia sus brazos convulsaban, sus puños se cerraban, pero ya su mente implacable y sin detenerse, porque no se podía morir de un susto en el sueño,viajaba a otro sueño.
        Iluminada se aproximaba a él montada a caballo. Se veía joven, hermosa, diminuta sobre el equino, su cabello negro, largo y liso asumía la cadencia del trote del caballo que cabalgaba. Su piel cobriza brillaba bajo el sol del trópico. Llevaba unos pantalones cortos y una camisa más corta aún. Era sin lugar a dudas bella. Y lo quería a él. Estaba contenta de verlo.
        “Es mío -pensaba, mientras se aproximaba decidida a enamorarlo-. Sé que parezco una niña, ¡odio verme así! Por eso es que él no hace nada, solo me habla, me pregunta, se ríe conmigo y siempre pero siempre está disponible para mí. Él me mira sonriente, su rostro cambia, su mirada es fija, me atraviesa, me hiere, ¡sé que me ama! pero… no hace nada y ¡ya basta!”
        Pancho la vio de lejos y se puso de pie para recibir a su niña. Ella detuvo el caballo, lo ató a unas yerbas y caminó hacia él, que con una sonrisa la observaba tiernamente. Decidida se acercó, extendió su brazo derecho para alcanzarlo y con la mano sobre su nuca lo acercó a ella para plantarle un beso inesperado y húmedo en la boca.        
        -¡Que es esto! -se dijo Pancho Pepe en su cama, moviendo su cara de un lado hacia otro-. ¿Por qué hace eso? -se preguntó con asco y desesperación. ¡Qué manía de forzar las cosas!
        Mientras, Iluminada seguía sobre él y lo besaba ya por el cuello mientras le desabotonaba la camisa y empujaba sus pechos contra el de él.
        Pancho no cesaba de moverse, sentía la presión del deseo y más se incomodaba.
        -¡Déjame, mujer! -gritaba dormido-. Iluminada, eres bella y te quiero -le dijo al oído en el sueño-. Ven, siéntate a mi lado, linda, piensa, no seas impulsiva. Tienes que serenarte -mientras con sus brazos la separaba de él.
        Un tanto llorosa pero resignada se acomodó a su lado, le tomó las manos refugiándolas en su certeza, y cerró los ojos.
        Pancho se tranquilizó.
        -¡Cómo son los sueños!, se dijo, mientras dormido observaba que estaban recostados bajo un palmar frente a una playa Caribeña. El mar era un espejo que reflejaba el azul intenso del cielo. Se escuchaba el suave romper de las olas en la orilla. La brisa era una caricia tierna. El calor, sin embargo, era terrible.
        -¡Qué calor mas horrible! -se decía Pancho Pepe desarropándose-. ¡Aquí me asfixio yo, esto es insoportable -moviéndose de un lado para otro en la cama, sintiéndose caer-. ¡Sáquenme de aquí! -gritaba. Pero, nuevamente, su mente ante la angustia se desplazó a otra aventura.
        Pancho Pepe se presentó como un rico hacendado viudo. Al morir su esposa, su prima lo recomendó en una carta a una familia de parientes lejanos que tenía en Costa Rica. El pariente tenía tres hijas hermosas de buena edad para casarse. Una de ellas, Iluminada, estuvo dispuesta a cartearse con él y comenzaron a escribirse.
        Por espacio de tres años intercambiaron letras hasta que un día él inició el viaje por mar y tierra para conocer a su amada. Tal empresa era indicio de su afán, termómetro de su compromiso, y él era un hombre de acción determinada que iba a hacerle saber a ella y su familia de qué estaba hecho un hombre como él.
        El ascenso a la finca de la familia de Iluminada por veredas apenas marcadas en el suelo del bosque tropical fue verdaderamente un acto heroico. A machetazos, entre animales e insectos, cortaduras, lodo, charcas y ríos subió a las alturas de Costa Rica para conocerla.
        Pancho no dejaba de moverse en la cama y entre espasmos temblaba, sudaba y sentía el cuerpo incómodo, adolorido. Se rascaba las piernas, el cuello y la cara. Con movimientos bruscos de sus brazos se protegía de los golpes de la vegetación y de las picadas de los insectos.
        Los padres de ella estaban impresionados por su tesón y querían complacerlo. Durante el día el padre de Iluminada le mostraba la hacienda. Por la tarde la madre cocinaba para todos. Cenaban  juntos y luego se retiraban a la galería para compartir. Después de un rato los padres los dejaban solos. Era el momento cuando los amantes compartían secretos e ilusiones.
        -¡Que bueno que viniste, amor!
        -Sí, fue difícil pero lo hice.
        -Sí, gracias. ¿Sabes? Me fascina tu carácter y determinación. Eso dice mucho de ti. Mis padres lo comentan.
        -Logro lo que me propongo. Siempre he sido así.
        -¿Y que te has propuesto lograr conmigo?
        -Hacerte mi esposa, tú sabes.
        Pancho brincó en la cama.
        -¿Pero este tipo esta loco o qué? -se decía dormido-. ¡Yo no me mando ese viaje por nada del mundo!
        -Tus canas me encantan -dijo Iluminada-. ¿Que son esas manchitas? -preguntó señalando sus manos.
        -Manchas de edad.
        -¡Que lindas, parecen pecas!
        -¡Que bueno que te gustan! Me sorprendes.
        -Es que me tratas como si fuera única en el mundo.
        -Lo eres, mi reina. Por ti he dejado todo en Puerto Rico. Eres hermosa pero más linda es tu personalidad, tu sensibilidad y tu capacidad para amar.
        La noche arropó la galería. Los sonidos del bosque tropical ocuparon la oscuridad. A esa hora hacía calor. La humedad era asfixiante y Pancho Pepe, entre la ansiedad de un posible matrimonio y el calor, sudaba en el sueño y se agarraba el cuello de la pijama y lo estiraba. Sentía que se ahogaba. La humedad se acumulaba bajo su espalada y la cama era un lapachero. El sueño ya era una pesadilla y con sus piernas empujó la sábana hacia el pie de la cama. Estaba desarropado, aliviado sí, pero nervioso y asustado. Su cara iba de un lado para otro y sus ojos se movían rápidamente.
        De repente, Pancho Pepe abrió los ojos desorbitados y se sorprendió por lo oscura que estaba su habitación.
        -Me quedé dormido -se dijo- ¡Que sueño más horrible, Dios mío!
        Agarró el móvil, vio que tenía una notificación y que era un mensaje de Iluminada. Lo leyó.
        -Panchi, te amo. Pero ya quiero conocerte. Siento un amor inmenso por ti y quiero que sea real y verdadero. No podemos seguir así. Este amor nuestro tiene que ser verdadero.
        No podía creerlo.
        -El mensaje fue cierto pero… ¿y el resto? Jamás he tenido un sueño así -se dijo.         Quiso comunicarse con Iluminada pero vio que era de madrugada y se detuvo. Tenía un dolor de cabeza terrible. Fue al baño a echarse agua en la cara y al mirarse en el espejo notó en la pupila de su ojo derecho una mancha. Se acercó para ver mejor y vio como la mancha se desplazó al ojo izquierdo acompañada de una punzada terrible. Al verse nuevamente notó lo que le pareció que era una mujer a caballo cruzando de un ojo a otro.
        -¿Querrá enloquecerme? -se preguntó-. Se me ha metido en la cabeza esta mujer y ahora pretende transformar mi vida. ¡Doce años después me viene con esto!
        Mientras se observaba en el espejo y miraba sus pupilas, repasó el sueño y concluyó  que aquello era un mensaje dirigido a él, pero ya estaba retrasado para su trabajo y nunca llegaba tarde. Tampoco podía detenerse en divagaciones metafísicas. Él era un hombre práctico.
*
        Más tarde, ese mismo día, sentado tranquilo en su cubículo, contempló su escritorio limpio y ordenado y sintió mucha paz. Le preguntó a su vecino de cubículo si le notaba algo raro en los ojos y este le dijo que no.
        -No tienes nada.
        Pensó en lo curioso que había sido todo y en cuánto le quedaba para su retiro  y no pudo más que asombrarse de cuán imprudente había sido durante los pasados doce años. Por estar soñando en mundos lejanos, en amores imposibles, no pudo valorar la certeza y la seguridad que ya en su vida tenía. ¡Todo por estar amarrado a la ilusión de Internet!
        -¡Qué tonto he sido!
        Sin pensarlo mucho más, tomó su móvil y de un tirón bloqueó a Iluminada para no permitirle que se comunicara con él y luego la borró de sus contactos y de todas las redes sociales, destruyendo de ese modo toda esperanza de volver a hablar con ella.
        Esa misma tarde canceló su contrato con el proveedor de Internet y vendió su teléfono inteligente.
        Esa noche durmió como un bebé.
Imagen por: Leeland Francisco. Editada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario