Por : Cristina Muñoz Morano,
¿Sabes diferenciar un problema de un conflicto?
¿Sabes lo que es un conflicto?
Se trata de dos puntos de vista (mínimo) diferentes frente a una misma situación. No es más que eso. Por lo tanto… ¿Cuántos conflictos atravesamos a lo largo de un día? Los conflictos nos rodean, viven con nosotros, son parte del ser humano y además son una potente fuente de aprendizaje… si están bien enfocados. Como diría Freud: “Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos”.
Por lo tanto, tenemos que aceptarlos y saber gestionarlos. Pero, ¿Cuál es la solución de un conflicto? Lo obvio a veces es lo más importante: la resolución de un conflicto es tan simple y tan compleja como “llegar a un acuerdo”. A veces nos enroscamos en discusiones eternas que no llevan a ninguna conclusión, solo por tener “la razón”, cuando en la mayoría de ocasiones “la razón” es totalmente secundaría, casi todos los conflictos a los que nos enfrentamos puede ser resueltos mediante un acuerdo.
Los acuerdos implican que las dos partes, hay que hacer hincapié: las dos, deben renunciar a algunos conceptos, a alguna prioridad, para conseguir el bien común… Toda resolución acarrea consecuencias, pero esas consecuencias no invalidan el acuerdo, es decir: me enfrento, negocio, y pierdo una parte a la vez que gano otra. La parte que pierdo es solo una consecuencia, por lo tanto no tiene el poder de hacer tambalear el acuerdo.
Pero, ¿Qué pasa si el conflicto es interno? Parece más complejo pero en esencia es la misma estructura: tengo dos puntos de vista diferentes frente a una misma situación, entonces, ¿Qué pretendo? La respuesta es la misma: sí, llegar a un acuerdo. Para ello tengo que valorar alternativas y adoptar una decisión, aunque ésta conlleve consecuencias que impliquen pérdidas. Las pérdidas son asumibles, pues las ganancias se valoraron en conjunto y el saldo salió positivo. Por lo tanto, ¿De qué sirven el autocastigo o la autocrítica? De nada.
Es cuestión de aceptar y validar las consecuencias. Al igual que en los conflictos que resolvemos de modo externo, nos encontramos con ganancias y consecuencias que debemos aceptar, en los conflictos internos ocurre lo mismo: la consecuencia es inherente a la resolución, por lo tanto debemos aceptarla y no castigarnos con ella contaminados por la emoción. La resolución se lleva a cabo libre de emoción, en frío y valorando las alternativas, por lo tanto la crítica que nos produce la aceptación de consecuencias no solo es innecesaria sino que también es evitable.
Pero… entonces, ¿Qué es un problema?
Entendemos por problema una situación que se presenta y “en este momento”, “en este momento”, no tiene solución. Y, ¿qué hacemos?
Volvemos a lo obvio y no menos importante: buscar la solución. En este caso lo primero es plantear una meta, dónde quiero llegar, cuál es mi objetivo, qué quiero conseguir. Una vez establecida la meta, ponemos en práctica las posibles alternativas para llegar a alcanzar la solución de nuestro problema, las valoramos, las sopesamos y entonces nos ponemos en marcha. Al igual que en los conflictos la emoción actúa como enemigo paralizante. La resolución a veces será sencilla y otras no, pero no por ello deja de ser válida nuestra meta. El camino puede ser difícil, pero seremos constantes si sabemos dónde queremos llegar.
No obstante al igual que aparecen dos tipos de conflictos (internos vs. externos), nos encontramos con dos tipos de problemas: los que tienen solución y los que no. Ya sabemos qué hacer con los primeros pero, ¿Qué pasa con los segundos?, ¿Podemos hacer algo? La respuesta es sí, y se llama aceptación. No podemos solucionar la pérdida de un ser querido ni podemos recuperar algo que se nos perdió… pero sí podemos aceptar la realidad y hacer más pequeño su impacto en nuestras emociones, sólo así generaremos nuevas alternativas.
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