jueves, 16 de junio de 2016

MI PEQUEÑA REFLEXIÓN, QUE CADA UNO SAQUE SUS CONCLUSIONES:

La vida es sólo una continua lucha por la existencia, con la certidumbre de una derrota final, La vida es un mar sembrado de remolinos, e incluso aquel que con prudencia y buena suerte logra salir bien, en realidad lo que hace es aproximarse cada vez más al destino final, a el camino sin retorno; en otras palabras a la muerte.
La vida es necesidad y dolor. Si la necesidad es satisfecha, como normalmente ocurre, entonces lo que nos espera es el aburrimiento, el tedio, la desesperanza, el saber que estamos encerrados en un ir y venir sin descanso, la rueda del destino que nunca se detiene. La vida humana esta encerrada entre el dolor y el aburrimiento.
El hombre será el único animal que hace sufrir a los otros con el único objeto de hacer sufrir, El hombre como sabemos goza con el mal de los otros, el hombre es un animal de presa, que apenas ve a su lado un ser más débil que él, se le tira encima, por ello a nadie hay que envidiar, mientras que habría que compadecer a una infinita cantidad de hombres, porque se hallan condenados a la vida.
Si el prójimo se nos presenta como el objetivo final de mi propia voluntad, si deseo su bien como deseo el mío, esto me identifica radicalmente con él, de esta forma estoy eliminando toda posible diferencia existente entre él y yo, origen fundamental del anteriormente nombrado egoísmo.
Así podemos entender la unidad del mundo, y la unidad de todos los seres, este entendimiento se logra gracias a la piedad, y la individuación no es más que un simple fenómeno, nacido del espacio y del tiempo, como formas ideales pertenecientes a un sujeto trascendental. La multiplicidad de los otros es también subjetiva; es decir, está presente exclusivamente en mi representación del mundo. Se trata de reconocerse verdaderamente en el otro, y sin espacio, ni tiempos reales, todas las cosas son una y sólo una.
La superioridad del hombre sobre las demás entes, como don particular, resalta por su gran resistencia al sufrimiento consciente. Para alcanzar esta conciencia del dolor son posibles dos vías: La experiencia personal vivida, el sufrimiento, a partir del cual despierta nuestra conciencia al dolor universal, y por otra parte, la relación con el dolor ajeno, al que se le reconoce como propio; éste es el fenómeno mismo de la piedad, la toma de conciencia del dolor ajeno constituiría el segundo camino que lleva a la sabiduría.
Es ante el dolor que tomamos conciencia de nuestra vida, y de nuestra pertenencia a una totalidad, es cuando aparece esta piedad universal que podemos reconocer el sufrimiento universal como propio, como un rasgo de nuestro ser.
Si nos es posible apiadarnos del prójimo, no nos será posible por el contrario, regocijarnos con él. La felicidad o el bienestar de los demás siempre nos dejarán inalterados. De tal manera que podemos entender el dolor como el elemento positivo por naturaleza, mientras que el placer y la satisfacción del deseo serán los aspectos negativos de la realidad.

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