miércoles, 30 de diciembre de 2015

EL ADICTO ¿ENEMIGO SOCIAL? EN LA ERA DEL VACÍO.


El adicto es el nuevo "enemigo social", y como tal, hay que excluirlo.
Las reacciones frente a este nuevo chivo expiatorio son siempre diversas: infunde pánico, inspira compasión, suscita desprecio, merece castigo o readaptación, se vuelve objeto de estudio. Lo que no sucede, lo que no se ve, es que el adicto no es mas que el ícono penalizado que simboliza y expresa, a costa de su propia persona, los males que afectan a la era del vacío.
Ahora bien, los problemas ocasionados por las drogas son de índole moral (es decir, referidos al accionar ilegal y a la libertad de los individuos) y de índole social (estragos, delitos, consecuencias negativas). Lo que ha hecho hasta el momento la sociedad, tratando de resolver por vía represiva los primeros problemas, es acentuar notablemente los segundos: los problemas de índole social.
Comprender la verdadera dimensión de la drogo-dependencia implica no horrorizarse ni demonizar aquellas situaciones que son consecuencia de una tendencia global al consumo narcisista y banal, propio de la era del vacío.
Lo mismo sucede en la familia: el adicto se presenta como la oveja negra, el descarriado que ha perdido el rumbo y que debe ser rehabilitado. Es cierto que el consumo de drogas tiene consecuencias altamente negativas, especialmente para la propia persona. Pero no es cierto que sólo el adicto haya perdido el rumbo. La sociedad ha perdido el rumbo. La familia ha perdido el rumbo.
Encarnar en la categoría del adicto todas las culpas sociales no es mas que una nueva forma de marginar y excluir todo lo diferente, penalizando hipócritamente aquello mismo que como sociedad generamos.
Por lo tanto, ocupando hoy el lugar de otras problemáticas del pasado, el adicto es desde lo social empujado hacia los bordes ofreciéndosele el espacio de lo marginal como lugar propio y definitorio.
Decíamos: la familia ha perdido el rumbo… Si ,ya que somos los adultos-padres que, sin prestar atención , por tratar desesperadamente de evadir esa sensación generada por el vacío, conducimos a los jóvenes a la búsqueda desenfrenada del éxito total ,la competencia y el goce pleno:"Es sentir de verdad","Se lo que debas ser",o sea prometemos logros con la condición de que se siga consumiendo.
El adicto, recurre al "quita penas", sobrepasa el limite para escapar del peso de la realidad y otra vez nosotros no aceptamos (ni como familia, ni como sociedad) el desvío como expresión de la dificultad subjetiva, entonces acusamos al adicto a "necesitar" de lo que no es necesario.
Dicha angustia no enmarcada, genera un estado de indefensión que invade al sujeto, del cual intenta escapar mágicamente por medio de la ingesta, de la intoxicación, intentando así anular el dolor de existir, al refugiarse en un mundo propio (como autonomía de goce) procurando un goce inmediato que excluya la posibilidad del encuentro con otro, es por lo tanto un verdadero repliegue narcisista.
La droga intenta desmentir los limites (entre lo masculino/femenino, lo deseado/lo posible, lo real /lo percibido) , sumándose a esto un déficit estructural donde aun existe la ilusión de llevar sus deseos hasta las ultimas consecuencias encontrándose casi sin querer envuelto en un juego con la muerte y con al autodestrucción.
Podría pensarse que en la elección de la palabra droga (como significante.), hay un acuerdo de mutuo interés entre lo social (avalado a su vez por el discurso medico) y el adicto, que va consolidando cada vez mas, en cada uno de ellos, la idea de la exclusión del otro al lugar de desvío de la norma (quizás por eso ello nos llaman caretas y nosotros a ellos). Sin tener en cuenta que, solo la dosis hace que la droga se constituya en remedio o en veneno.
Es en este contexto donde el hombre posmoderno sufre de inmediatez y de indiferencia, donde no hay sociedad de conflicto, ni memoria del pasado, ni deseo de futuro, donde la angustia se expresa en aburrimiento y vació, "el adicto" se hace insoportable, ya que nos devuelve una expresión caricaturesca y a la vez dramática de eso totalitario que es el goce.
El psicoanálisis pretende posicionarse ante dicha problemática tratando de sortear prejuicios y lugares comunes, desde una ética que supone interrogarse constantemente por el destino del sujeto atendiendo el discurso de alguien ,"adicto", que viene demandando ayuda.
Considerando que para el adicto el problema radica en el "saber" (saber sobre los tóxicos, sobre sus efectos) y en "certezas" respecto de su modo de gozar (cuando se denomina a si mismo:"soy adicto") por lo tanto no se acerca con dudas o preguntas que impliquen algo del orden de la división subjetiva. Entonces como analistas, estamos en una posición incomoda, ya que intentar hacer sentido allí donde no se nos llamo nos posiciona en un lugar de malestar.
Pero a la vez entendemos que es nuestra responsabilidad como analistas confrontarnos con esta problemática actual y ofertar un espacio con el fin de apostar a la emergencia del síntoma (como respuesta) como efecto de la división subjetiva.
Recordando que no hay drogadictos sin droga, que no todos lo que consumen drogas se vuelven adictos, es necesario poder comprender que en la base de la drogodependencia no esta el descubrimiento perceptivo del objeto droga sino, el descubrimiento del efecto que ella provoca.
Es decir, sin droga en el sentido químico del término no hay efecto, y sin efecto como encuentro con lo real no hay drogodependientes. En suma, la acción de una sustancia no depende solo de sus características farmacológicas sino de lo que se espera de el: de lo que busca quien lo consume, quien lo suministra y de lo que dicta el entorno.
Por esto insistir en "la enfermedad" será pensar esta problemática sin particularizar en lo individual y no conduce a destino.
Buscamos, mediante un arduo esfuerzo psíquico intentar lograr "efectos" (subjetivos) que permitan soportar lo insoportable de la existencia, en esta:" La era del vacío".
Foto de "http://drogas-no-gracias.blogspot.com/".

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