martes, 26 de noviembre de 2013

"Todo esto hizo que me diese cuenta de algo, que no había marcha atrás, que en ese momento, más que nunca, debía seguir adelante con el tratamiento, dar todo lo que pudiera y más"

La ansiedad no se queda en terapia




.¡Buenos días!

La ansiedad es algo bastante frecuente durante los tratamientos, sobre mi experiencia con ella hablo en el post de esta semana.

¡Un abrazo!

ansiedadA estas alturas del tratamiento, donde veo en el horizonte, cada vez menos lejano, el alta, me resulta inevitable hacer un balance de actitudes presentes y pasadas. Son muchas las situaciones vividas en terapia de grupo, y es imposible, que toda la tensión y lucha que ahí se genera, no te acompañe en tu día a día.
UNA GRAN LUCHA PUEDE GENERAR UNA GRAN ANSIEDAD
Recuerdo la época en la que identificaba mí rabia y los motivos que la provocaban, fueron momentos muy duros. Las sesiones eran muy intensas, antes de entrar ya era consciente de lo que me esperaba, y eso hacía que la ansiedad hiciera acto de presencia. En concreto había un ejercicio que me costaba sobre manera. Consistía en sentarme en una silla. Con ayuda del terapeuta debía concentrarme, y permitirme sentir emociones que me provocasen experiencias vividas en el pasado o presente. Para mí era algo durísimo, el bloqueo emocional intentaba evitar por todos los medios que me dejara llevar. A esto hay que sumarle que no me agradaba revivir ciertas épocas de mi vida, o momentos que procuraba evitar, por todos los medios, en el presente.
A pesar de ello me forzaba, sabía que el camino para encontrar el equilibrio y la paz que buscaba era ese. La lucha interna era inmensa, mi cabeza iba a mil revoluciones, por un lado intentaba realizar el ejercicio de forma correcta, pero por otro lado aparecía ese David que intentaba mantenerme encerrado en mí mismo. Sudaba, apretaba los dientes hasta que me dolía la mandíbula, agachaba la cabeza mientras sentía como me caían las lágrimas al sentirme impotente al hacer las cosas como pensaba que debía hacerlas.
Al terminar, sobre todo las ocasiones en las que el ejercicio no había ido muy bien, la ansiedad era grande. Tenía en mi cabeza todo aquello que había estado removiendo, tenía la horrible sensación de que había perdido ese combate. Comenzaban a aparecer las dudas de si sería capaz de lograrlo alguna vez, todo eran cuestas, con pendientes muy empinadas.
LA ANSIEDAD NO SE QUEDA EN TERAPIA
Un día salí de terapia de grupo antes de finalizar esta. Mi hijo, en su primer día de colegio, se había partido el frenillo. Mi mujer iba de camino al hospital con él, y yo quise estar con ellos. En casa, yo soy quien mejor lleva todo los temas relacionados con las heridas, sangre y demás, por lo que estar en el hospital cuando dieran puntos de sutura al peque, para mí era importante.
Cuando llegué fui yo el que entré, junto con el cirujano y dos enfermeras, en el box donde le iban a coser. Quería estar con mi hijo, sabía que verme allí le calmaría un poco. Mientras preparaban todo el instrumental comencé a sentirme mal, muy nervioso, todo tipo de pensamientos bombardeaban mi cabeza. Empecé a tener sudores fríos, el cuerpo me temblaba, la cabeza empezaba a no responderme, me mareé, las náuseas tomaron protagonismo. Salí del box y fui corriendo al baño. Comencé a vomitar una y otra vez, teniéndome que agarrar a la taza porque me encontraba muy mareado.
Tras incorporarme, me miré en el espejo y comencé a llorar, me di cuenta de lo jodido que estaba. Jamás me había ocurrido algo así, con esa intensidad. Fui consciente del momento en el que me encontraba en el tratamiento, fui consciente de que la ansiedad estaba siendo protagonista en mi vida. Tenía muchos frentes abiertos, y todos pendientes de resolver, y esto me estaba destrozando.
Al salir del baño, mi mujer me preguntó que me ocurría, y se lo expliqué. Apenas podía retener las lágrimas mientras se lo contaba en la sala de espera. Me sentía fatal. Fatal por no haber sido capaz de estar junto a mi hijo, fatal por tener mi vida patas arriba y no saber cómo conseguir superar ciertas situaciones, fatal por verme con treinta y seis años teniendo que aprender a vivir la vida. Me sentía perdido, débil, vulnerable, totalmente indefenso.
Todo esto hizo que me diese cuenta de algo, que no había marcha atrás, que en ese momento, más que nunca, debía seguir adelante con el tratamiento, dar todo lo que pudiera y más. No podía quedarme así, mis hijos no podían tener un padre así, debía seguir peleando para lograr recuperar las riendas de mi vida.

La ansiedad ha estado presente en muchos momentos del tratamiento, tanto dentro, como fuera de este. Esta ansiedad ha llegado a llevarme a dudar de todo y todos. Ha provocado que llegase incluso a plantearme seguir con las sesiones. Es aquí, cuando confiar en mí, y en aquellos que me ayudaban, ha sido importantísimo. Aceptar estas situaciones, en las que la ansiedad cobra protagonismo, es necesario para avanzar. Entender que los malos momentos son el resultado de un gran esfuerzo por lograr la recuperación, fue de gran ayuda.

¡Un abrazo!

Fotografía: Teatro para Alguém

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