martes, 22 de octubre de 2013

Familia, soy adicto

adiccionMe resultó increíble ver hace unos días productos navideños en un supermercado, sobre todo teniendo en cuenta que en Alicante aún hay gente que se da sus baños. Pero más increíble es como funciona nuestro cerebro, y a través de conexiones y recuerdos, estas imágenes te llevan a evocar situaciones del pasado. No fue inmediato, pero tiempo después comenzaron a venir flash-back, en concreto de las navidades de 2011, año en el que decidí poner punto y final a una nefasta época de mí vida, la del adicto a la cocaína.
A mediados de diciembre de 2011 comencé mi tratamiento, poco antes de avecinarse las “copiosas” cenas de empresa y familia, y cuando digo copiosas, me refiero en todos los aspectos. En mi caso serían en Salamanca, zona de alto riesgo para mí, ya que allí, contactos, y personas con quien consumir no me faltarían. Mi terapeuta era consciente de ello, y me dio una serie de pautas que tendría que llevar a rajatabla en Salamanca.
TU FAMILIA DEBE SABERLO
Este fue uno de los puntos que más me costó aceptar, anunciar a mi familia mi situación actual. Se trataba de la familia de mi mujer, lo que hacía que todo fuese más complicado, a pesar de la buena relación con la mayoría de ellos. Al oír la propuesta, me angustié, pasaron por mi cabeza infinidad de pensamientos negativos, temores, miedos, y acto seguido todo tipo de justificaciones para no hacerlo. En el fondo no entendía de la necesidad de hacerlo, se trataba de mí problema, algo muy personal, íntimo, y no veía el beneficio en hacerlo.
Los días previos al viaje era constante el pensamiento de tener que contárselo, imaginaba una y mil formas de hacerlo, y ninguna me hacía sentir cómodo. La situación era realmente complicada para mí, no llevaba ni un mes limpio, las fechas eran terribles para un adicto, en todos los aspectos. Al lugar donde iba, la cocaína había estado presente por mí parte, en cada uno de sus rincones, ya fuese en bares, calles o las casas de amigos o familiares. Hubo momentos en los que llegué a dudar de si realmente sería capaz de superar todo aquello.
NINGÚN MOMENTO ES BUENO
Una vez allí, comenzó la romería por las casas de amigos y familiares. Mi mujer estaba al tanto de todo, por lo que las cenas terminaban en los postres para nosotros, y las salidas nocturnas no tenían cabida en nuestros planes. Esporádicamente, mi mujer me preguntaba si ya lo había hablado con alguien, respondiéndola que no, que no encontraba el momento. Claro, y lo más probable es que no lo encontrase durante toda mi estancia allí. El gran problema, pese a las explicaciones de mí terapeuta, es que yo no le encontraba sentido a todo aquello, y esto provocaba que el esfuerzo a realizar para hacerlo, no fuese el suficiente.
Una noche en la que cenamos toda la familia, en los postres, algunos de mis cuñados y yo, estábamos en la cocina fumando, ellos ya dando paso a las copas, y yo a punto de la sobredosis de azúcar por ingestas de Coca-Cola. Nadie se extrañó de que no bebiese, al tener un problema de esófago, argumenté que no podía beber, por lo que las insistencias no fueron demasiadas, y menos mal, porque ver las cervezas previas a la cena y las botellas de vino en la mesa, hacían que me plantease si realmente importaría si bebía una copa de vino. Aunque la respuesta era obvia, sabía que después vendría algo más, pues eso también pasó por mi cabeza.
Me sentía fuera de lugar, el alcohol comenzaba a tener efecto en aquellos que estaban con los cubatas, y como era de esperar, las conversaciones para planear las salidas nocturnas no tardaron en aparecer. En ese momento yo me convertía en protagonista, puesto que en lo que a juergas se refería, siempre estaba dispuesto, es más, era yo el que ya las planteaba antes de llegar a Salamanca.
Al responder que yo no saldría, todos se extrañaron, era de esperar. En ese instante sentí que era el momento de decirlo. Me costó, no fue fácil, titubeé, pero lancé un, “no puedo salir, actualmente estoy en tratamiento para dejar mi adicción a la cocaína”. Joder, no sabía cómo sentirme, sus caras eran un poema, a pesar de saber que era consumidor. No tardaron en reaccionar, en decirme que no me preocupase, que me querían, que cualquier cosa que necesitase, ahí estaban. Su reacción fue fantástica, cualquier otra no sé qué me habría supuesto. Habiendo dado el primer paso, decidí ir más allá, me quedaba un cuñado, y con él no esperaría la ocasión, la buscaría, y así fue, le dije que tenía que hablar con él, y en la terracita de la cocina, a solas, le expliqué en el momento en el que me encontraba, obteniendo la misma respuesta.
¿POR QUÉ DEBÍA HACERLO?
Explicarles mi situación era imprescindible por tres motivos:
1º Dar importancia al problema que tenía, se trataba de algo serio, lo suficientemente serio para que me costara la vida.
2º Protegerme. De esa manera, todos estarían al tanto de la situación, sabrían el motivo real por el que no podía beber, de esa manera mi estancia sería mucho más llevadera.
3º Posicionarme, preocuparme de mí y no de los demás. Dicho así puede resultar egoísta, pero se trataba de ser consciente de lo importante que era para mí hacerlo, independientemente de cómo pudiera ser acogido por otros.

No es fácil dar este paso, aún estás aterrizando en lo que será tu nueva vida, teniendo que atravesar un duro camino durante la rehabilitación. De esto hace casi ya 2 años. Jamás imaginé que me podría encontrar como me encuentro hoy, el cambio es brutal.
Es primordial dar con el tratamiento y terapeutas adecuados, profesionales, que de todo hay. Pero una vez lo hayas hecho, ponte en sus manos, déjate guiar, y en los momentos de dudas, confía en ellos. Están para ayudarnos, son gente especial, tan especial, que salvan vidas. ¡Gracias a todos!

¡Un abrazo!

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