| El sistema endocanabinoide modula nuestros sentimientos y estados de ánimo. En delicado equilibrio determina nuestras interacciones con el medio social en el que convivimos. Nuestras vivencias cotidianas y la percepción de nuestra propia existencia dependen del mismo.
Hoy sabemos que existen distintos sistemas de neurotransmisión implicados en el circuito de recompensa cerebral, y por lo tanto distintos receptores que traducen esas señales en distintas partes de nuestro cuerpo y entre nuestras neuronas. La vivencia y percepción de nuestra propia existencia depende de ese delicado equilibrio.
Uno de estos sistemas es el endocanabinoide, que cuenta con dos receptores el CB1 y el CB2. Los cuales son estimulados o inhibidos por dos biomoléculas neurotransmisoras que produce nuestro organismo al procesar los ácidos grasos: la anandamida y 2-araquidonilglicerol.
Estos neurotransmisores, descubiertos recién en el año 2000, son básicamente una sustancia química que transmite información de una neurona a otra atravesando el espacio que separa dos neuronas consecutivas.
Para que esa comunicación (sinapsis) se realice con éxito requiere de la activación o bloqueo en las neuronas de receptores específicos.
Es decir, los receptores son como una llave de luz que solo pueden asumir dos estados, prendido o apagado. Al igual que lo hace un transistor en el procesador de nuestra computadora, al ser estimulado el silicio (con el que está compuesto) por una corriente eléctrica.
En este caso, los receptores dejan pasar o no los mensajes transportados por los neurotransmisores. Los cuales, en delicado equilibrio, regulan, entre otras cosas, nuestras emociones y las conductas derivadas de ellas.
Por ejemplo, la producción de anandamida y 2-araquidonilglicerol es activada o desactivada, en función de respuestas biológicas ante estímulos del medio en el que convivimos e interactuamos. Ese mensaje de “placer” o “displacer” avanza al interactuar con los receptores CB.
"Hambre"
El receptor CB1 tiene, por ejemplo, una función clave en nuestro deseo de comer. Su estimulación o su bloqueo impacta directamente en nuestra percepción de eso que llamamos “hambre”.
Este descubrimiento, y sus posibles aplicaciones medicinales y comerciales llevó a que los científicos estudiaran sustancias que puedan impactar en el sistema endocannabinoide en un intento por intervenir en esta señal de nuestro cuerpo.
Por ejemplo, los receptores CB1 son claves para transportar el mensaje corporal que nos dice: “es hora de comer”, o nos hace sentir placer al degustar la comida, y también del otro que nos alerta que “el tanque ya está lleno” y es mejor parar de comer.
En los últimos años, también se descubrió que los receptores CB1 y CB2 tienen como función inhibir la liberación de otros neurotransmisores para proteger al Sistema Nervioso Central de la sobreactivación o la sobreinhibición provocada por los mismos.
"Alegría"
Incluso, hay investigaciones en marcha intentando develar el mecanismo mediante el cual parecen interactuar íntimamente los receptores CB1 con los receptores de Dopamina (DA).
Hasta el momento, se conoce que el par de receptores CB1 y D2-like (D3) parecen funcionar a la par modulando la actividad dopaminérgica.
Es decir, eso que llamamos “alegría” parece ser solo expresión de la liberación de los neurotransmisores: Serotonina, Noradrenalina, Dopamina y Anandamida. Y la decisión de abrir o cerrar su paso parece estar en los receptores CB1 y en su retroalimentación con las biomoléculas de Anandamida y 2-Araquidonilglicerol.
"No Miedo"
Incluso, estos receptores por alguna razón que aún no puede explicarse intervienen directamente nuestra experiencia de eso que llamamos “miedo”. Lo curioso es que no afectan el desarrollo del “miedo” pero sí el olvido del “miedo”.
También hay investigaciones que dejan planteada la necesidad de avanzar sobre la hipótesis del vínculo entre los receptores CB1 y la actividad serotonérgica. Ya que hay evidencia de que los receptores CB1 interactúan con los receptores de Serotonina 5.HT1A y 5-HT3, modulando el ritmo circadiano de nuestro cuerpo, es decir nos dicen “es hora de dormir” o “es hora de despertar”.
Sistema Inmune
Otra de las funciones de los receptores endocanabinoides está íntimamente vinculada a la regulación de nuestro Sistema Inmunológico y de nuestra temperatura corporal. La especialización de esta tarea la tienen los receptores CB2.
Por ejemplo, cuando transpiras. Son los receptores CB2 los que dejan pasar el mensaje: “El cuerpo está demasiado caliente es necesario hacer descender la temperatura” y son los encargados de decir: “Listo, temperatura regulada”.
Y en ellos también estaría la clave del vínculo existente entre estados emocionales y enfermedades llamadas “psicosomáticas”. Pensemos en las ocasiones de nuestra historia personal donde atravesando un malestar anímico hemos enfermado. Los receptores CB2 intervinieron allí.
"Dolor"
El “dolor”, esa experiencia subjetiva que varía de individuo en individuo y que describimos como “umbral de dolor”, a falta de un concepto esclarecedor también es regulado en parte por este sistema endocanabinoide.
"Tiempo"
Y si bien, aún tenemos demasiadas preguntas sin respuestas sobre estos mecanismos, la investigación en neurobiología muestra que estos receptores también parecen jugar un papel preponderante en el proceso mediante el cual, las neuronas deciden vincularse con algunas y no con otras, estableciendo conexiones mutuas en una especie de circuito cerrado que guarda “el recuerdo” de esa experiencia “placentera” o “displacentera”.
Hasta la misma percepción del “tiempo” esta regulada por este sistema endocanabinoide. ¿Cuántas veces disfrutando de una actividad placentera, como la charla con amigos, has sentido que viviste como en un tiempo sin tiempo, y que las horas pasaron sin que lo notaras?. Allí estaban los receptores CB1 estimulados por la Anandamida.
¿Hay alguién ahí?
Como vemos, todo eso que llamamos comúnmente “realidad”, “deseo”, “necesidad” o “sentimientos” se reduce a un conjunto de procesos químicos y eléctricos en nuestro cerebro. Lo curioso, es que en ninguno de estos procesos está involucrado eso que llamamos “voluntad”. No hay un sujeto allí que tome decisiones, como lo concebía el positivismo.
Sin embargo, toda nuestra experiencia vital parece depender de estos sistemas de neurotransmisión y en ellos es clave el papel de los receptores.
“Felicidad”
Por ejemplo, al escribir esta palabra un conjunto de neuronas de mi hemisferio cerebral derecho se comunican entre ellas para representar el significante “felicidad” y envían ese mensaje a otro conjunto de neuronas de mi hemisferio izquierdo que se activan y me dan como respuesta el significado de “felicidad”.
El cual a su vez está asociado a diferentes conjuntos de neuronas que están estructuradas de tal manera que contienen recuerdos de “situaciones de felicidad”.
Y el solo hecho de activar esos circuitos neuronales me hace revivir aquellas experiencias, con su carga determinada de Serotonina, NorAdrenalina, Dopamina y Anandamida, que se actualiza en el presente.
A la par, mi cerebro dispara una serie de sinapsis que ordenan a los nervios y músculos de mis manos que ejecuten una serie de movimientos en el teclado de mi computadora que culminan por resultar en la palabra “felicidad”.
Todo sucede en forma automática y ajena a mi propia “voluntad”. Sin embargo, soy “yo” quien escribe estas líneas y quien “experimentó” aquellas situaciones de felicidad, como algo que fue el resultado de “decisiones” tomadas por un sujeto en su dominio pleno de la razón.
El Sujeto Barrado
Pero ese “Yo” tampoco existe, más que como un conjunto de reacciones químicas y eléctricas en un órgano resbaladizo, viscoso, frío y sanguinolento al que llamamos cerebro.
Y es llegados a este punto donde se produce la principal brecha de paralaje que es definida por Slavoj Zizeck, como la diferencia mínima del Uno, con si mismo. Como dos caras de una moneda, que por estar en planos conceptuales diferentes, jamás podrán convivir en el mismo plano.
Zizeck ilustra estas brechas de paralaje como una Cinta de Moebius, donde es el punto de vista del observador el que define lo observado. Pero ya no como un observador externo de una realidad objetiva con existencia positiva e independiente del mismo observador. Sino más bien como “una realidad” que se inserta en el centro del sujeto y que es definida como la tensión, contradicción inherente entre los dos términos, las dos caras de esa Cinta de Moebius, que al contrario de la dialéctica hegeliana son
definidas por su imposibilidad de una síntesis superadora, y definen al sujeto por su imposibilidad de aprehender “la realidad”.
Y aquí “la realidad” ya no es eso que está allí fuera, sino la representación de la misma que nace de un conjunto de procesos químicos y eléctricos que transcurren en nuestro cerebro aún contra nuestra “voluntad”, vinculando significantes y significados que disputan el control en función de algo que Jaques Lacan definió como el “objeto-a” ese rastro irracional, inhumano, que no existe pero sigue haciendo valer su presencia. Ese dato que siempre se antepone a nuestras decisiones y que nos condenan a conocer las motivaciones o el sentido de las mismas cuando ya es tarde.
Es que no hay nadie allí dentro de nuestro cráneo, solo el vínculo fantasmático que construye lo real, lo imaginario y lo simbólico mediante llaves neuronales que se activan o desactivan en función de mecanismos incomprendidos aún que terminan por definir a ese “sujeto barrado”, alienado, dividido, atrapado por un “deseo” que una y otra vez parece ser construido por el sistema endocanabinoide. Allí, lo real es un imposible.
Descartes decía "Pienso, luego existo". Frente a ello, Lacan replicaba: "Yo pienso donde no soy. Yo soy donde no pienso". Y es precisamente, allí dónde no pensamos, el campo donde se define toda nuestra experiencia vital como individuos y como sociedad.
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