martes, 29 de mayo de 2012

Guía para la familia del adicto(MUY IMPORTANTE SU LECTURA)



Mary Gonzales




Los familiares cercanos del adicto necesitan también apoyo profesional. A medida que avanza el problema, se ven comprometidos emocionalmente, siendo entonces lo más indicado que ellos busquen ayuda para resolver sus propios problemas.


La mejor defensa de la familia contra el impacto emocional de la adicción de uno de sus miembros consiste en aceptar la enfermedad, adquirir conocimientos sobre ella y hacerse de la madurez y el valor necesarios para lograr realizar todo esto. Cuanto más se disimulen las emociones, más difícil será lograr un proceso de rehabilitación eficaz, porque muchas veces la influencia recíproca es destructiva, no constructiva. (Grupos de familia Al-Anou, Guía para la familia del alcohólico, México, 1992).
Los familiares cercanos del adicto necesitan ayuda. Quienes resultan más afectados son: el cónyuge, los hijos, los padres y los hermanos. Ellos no son los responsables de la fármaco dependencia ni pueden darle al adicto un tratamiento rehabilitador, pero, a medida que avanza el problema, se ven comprometidos emocionalmente y empiezan a actuar como facilitadores, siendo entonces lo más indicado que ellos busquen ayuda y sigan un tratamiento para resolver sus propios problemas.

Esto a muchas personas les parecerá absurdo: ¿cómo es posible que sus allegados firmen necesitar ayuda si el adicto es el que está mal? Sin embargo, como ya se ha explicado, toda la complicación psicológica de las adicciones se contagia de alguna manera y daña a las personas cercanas. Los errores que entonces se cometen son casi increíbles y a menudo dificultan la recuperación del dependiente, aun cuando no sea ésta la intención.

La mejor manera de ayudar es terminar con la ignorancia, situarse en la realidad y poner en práctica lo que se aprendió. El problema de los adictos radica en su persona; su rehabilitación sólo puede lograrse con la abstinencia total. Por eso, es al adicto a quien le corresponde decidirse, por su propia voluntad, a tomar medidas eficaces.

Es asombroso ver cómo el adicto controla a su familia, principalmente al cónyuge y a la madre, quienes lloran, gritan, se quejan, alegan, ruegan, amenazan o dejan de hablarle; pero también disimulan, lo protegen y lo defienden de todas las consecuencias de su adicción.

Los familiares tienen que aprender a defenderse contra las armas que utilizan los dependientes, pues de lo contrario se convertirán en esclavos virtuales de la enfermedad, produciéndose a sí mismos una enfermedad mental o emocional que puede llegar a ser considerable.

El primer recurso del adicto es hacer perder la paciencia o provocar ira, pues quien se enfurece o se muestra hostil se vuelve incapaz de ayudarle. Así, consciente o inconscientemente, el adicto vuelca sobre otra persona el odio que siente contra sí mismo, y el que se enoja con él le sirve de excusa para reincidir.

La segunda arma es su facultad para provocar ansiedad, haciendo que la familia se sienta obligada a hacer por él lo que sólo él debe hacer por sí mismo. Los familiares empiezan a resolver los problemas que él crea; si extiende un cheque sin fondos, terminan por pagarlo; si no mantiene a su familia, ellos se encargarán del sustento; si choca, ellos pagarán los daños y perjuicios, y así sucesivamente.

Con esto, el adicto no se responsabiliza y sigue cometiendo errores; no obstante, se siente culpable y resentido, continúa negando que es fármaco dependiente o alcohólico, y la familia lo rechaza cada vez más por los problemas que causa. Por tanto, los familiares necesitan aprender a afrontar la ira y la ansiedad que les provoca el adicto, y para ello generalmente necesitarán de la ayuda de especialistas o de grupos de apoyo.

El amor no se maneja a menudo de forma adecuada; la compasión (sentir o sufrir con alguien) lleva a los familiares a tolerar las injusticias del adicto, quien logra anestesiar el sufrimiento, la tensión y el resentimiento mientras está bajo el efecto de la sustancia, para después postrarse, pedir perdón y prometer que eso no volverá a suceder, o evitar hablar del asunto; de cualquier manera, quienes pagan las consecuencias son los familiares. El gran error consiste en pensar que amar es solapar, reemplazar al otro o responsabilizarse por él.

El verdadero amor no se hace cómplice de los errores; tiene que ayudar a crecer y madurar. En el caso de los adictos, sólo se conseguirán llegando al fondo de su problema y responsabilizándose de él.

El amor se va destruyendo gradualmente y se reemplaza por el temor, el resentimiento y el odio. La manera de evitar esto es controlar el sufrimiento del adicto cuando beba y negar a hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.
Hay muchos casos en los que las personas parecen darle sentido y valor a su vida a través del sufrimiento y el adicto les proporciona esos motivos de dolor. Otros necesitan tener alguien a quien corregir y castigar, a quien controlar y dominar, a quien proteger. Hay que asegurarse de que no exista una situación así, y si se presenta, buscar ayuda especializada para corregirla.

En la mayoría de los casos es necesario un cambio de actitud en la familia antes de esperar un posible cambio favorable en el adicto, porque hay una mutua influencia entre éste y sus allegados. Es imposible no hacer nada, pero hay que distinguir entre las acciones que influyen positivamente y las que agravan el problema.

El adicto no buscará ayuda para su recuperación mientras todas las necesidades y las consecuencias de su enfermedad sean atendidas en la familia.
La familia intenta alejar al adicto a la sustancia, lo cual sólo es posible por medio de internamientos en un hospital o de la reclusión; pero aun así los adictos consiguen drogas o bebidas, y al salir vuelven a las andadas cuando paradójicamente, se espera que hayan sanado.

Es mucho más eficaz motivarlo para que intente dejar su adicción y acepte ayuda en el esfuerzo para conseguirlo, permitiendo que su adicción y todas sus consecuencias lleguen a ser tan penosas que acepte su problema y quiera solucionarlo, y dándole cariño y comprensión en sus etapas de sobriedad. Todo esto es difícil e implica sufrimiento: ver cómo se degrada el adicto, enfrentarse al bochorno social, e incluso a las recriminaciones de quienes no conocen la mecánica de las adicciones y acusan a los familiares de crueldad o de no hacer nada para ayudarlo.

Para ayudar al adicto sus familiares deben empezar por ayudarse a sí mismos.


En esta situación puede ser muy útil para la familia recurrir a grupos de apoyo como Al-Anon o Al-Ateen para recuperarse emocionalmente y encontrar la fuerza necesaria para hacer lo correcto, aunque la enfermedad tarde mucho en curarse, haya recaídas o incluso el adicto no logre recuperarse o no quiera hacerlo.

La recuperación de las adicciones comprende la recuperación emocional de todos los miembros de la familia, que deben madurar antes, durante y después del tratamiento. Muchas de las situaciones y actitudes familiares de las familias disfuncionales se presentan en los casos de adicciones como causa y/o consecuencia de las mismas.


Esquema :

Descripción de Blum de las características familiares
de los consumidores comparadas con las de los no consumidores 
(Blum et at., Horatio Alegris Children, Jossey Bass, San Francisco, 1972)

Características de los padres de adolescentes drogadictos:

No están seguros de su papel en relación con los niños ni siquiera de su situación.
Son muy indulgentes, titubean al imponer principios de los que ellos mismos dudan.
Ausencia de equilibrio entre afecto y disciplina.
Contienen sus emociones y tienden a intelectualizar al máximo por falta de confianza.
No hay comunicación suficiente, real ni auténtica entre los padres y entre éstos y sus hijos.
Recurren con frecuencia a píldoras o a sustancias tranquilizantes.
Carecen de creencias y de una filosofía de la vida.
Presentan hostilidad ante la autoridad y tendencias progresistas en lo político y en lo social.
No resuelven los problemas: tienden a negarlos o a esconderlos.

Características de las familias de adolescentes poco expuestos a la drogadicción:

Lazos familiares fuertes y afectuosos.
Equilibrio entre el afecto y la disciplina.
Relaciones cordiales y serenas dentro del matrimonio.
El padre ejerce la autoridad con moderación, firmeza y buen humor.
Los padres tienen confianza en sus métodos educativos basados en principios claros de actuación: respeto, tolerancia y dominio de sí mismo.
Dentro de la disciplina los niños gozan de una gran libertad y asumen responsabilidades, saben lo que sus padres esperan de ellos y tienen confianza en ellos y en sus ideas, lo que les permite resistir con firmeza a las presiones negativas de sus compañeros.
Padres e hijos son tolerantes con los demás y capaces de vivir en armonía.
Favorecen el dominio de sí y tienen aptitudes para resolver los problemas sin recurrir a las evasiones o a las drogas.

Esquema :

Los planteamientos materialistas de la vida que sobrevaloran la posesión de los bienes y las riquezas en detrimento de otras dimensiones y valores humanos.
El predominio del tener sobre el ser, presentando el consumo como fuente de felicidad y bienestar.
La consideración del éxito económico como única fuente de autoestima y de prestigio social.
La adopción del consumo como fundamento de la actividad socioeconómica, con las consecuencias de la lucha por el mercado, la manipulación publicitaria, etc.
La llamada cultura de las drogas, por medio de la cual se promueven las medicinas (drogas) como solución instantánea a los problemas, lo que va creando la mentalidad de recurrir a ayudas externas para enfrentar los sucesos normales de la vida.

Elementos culturales que predisponen a las adicciones:

La concepción de la persona como un objeto más de consumo y su consiguiente manipulación.
El troquelamiento mental masivo a través de los medios de comunicación, promoviendo actitudes y formas de vida que en muchos casos predisponen a relaciones humanas despersonalizadas y superficiales, las cuales generan frustración y vacío existencial.
La doble moral y el relativismo ético, que se traducen en una crisis moral generalizada que genera problemas, como la explotación del vicio como fuente de lucro. La proliferación alarmante de negocios que degradan a las personas y recurren a la violencia.
La disfunción que implica mantener actitudes tolerantes hacia el consumo de las drogas, acompañada del incremento en el número de adictos que luchan por ser aceptados socialmente y que promueven la drogadicción entre las demás personas.
La educación escolar basada en la información y en la adquisición de habilidades, con el descuido o la incongruencia de los que se resienten en otros aspectos de la formación de la personalidad, y a la que se suma una educación familiar que hace excesivas concesiones y adolece de indecisiones éticas.

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