miércoles, 30 de noviembre de 2016

El chivo expiatorio de la sociedad del consumo es el DROGADICTO.

El chivo expiatorio de la sociedad del consumo es el DROGADICTO.


Es El que encarna con mayor ejemplaridad las tendencias desenfrenadas al consumo y la búsqueda del placer que, en distinta medida, afectan a todos los miembros de la sociedad.
¿Qué mejor que la sustancia para vernos completos, sentirnos autosuficientes, negar la natural imperfección? Las drogas son, como nunca antes, la fuente en la que Narciso puede contemplarse y adorarse indefinidamente a sí mismo. Es la fuente donde, muchas veces, puede también ahogarse.
La sociedad no castiga al adicto al juego, al adicto a Internet, a los compradores compulsivos. El consumo desmedido de productos no es censurado, sino mas bien celebrado y alentado por los medios de comunicación y el inconsciente colectivo.
Todo lo negativo del exceso consumista que busca el placer a costa de un individualismo desmedido parece haber quedado reservado exclusivamente para la categoría del droga-dependiente. El adicto es el nuevo "enemigo social", y como tal, hay que excluirlo.
Las reacciones frente a este nuevo chivo expiatorio son siempre diversas: infunde pánico, inspira compasión, suscita desprecio, merece castigo o readaptación, se vuelve objeto de estudio. Lo que no sucede, lo que no se ve, es que el adicto no es mas que el ícono penalizado que simboliza y expresa, a costa de su propia persona, los males que afectan a la era del vacío.
Ahora bien, los problemas ocasionados por las drogas son de índole moral (es decir, referidos al accionar ilegal y a la libertad de los individuos) y de índole social (estragos, delitos, consecuencias negativas). Lo que ha hecho hasta el momento la sociedad, tratando de resolver por vía represiva los primeros problemas, es acentuar notablemente los segundos: los problemas de índole social.
Comprender la verdadera dimensión de la droga-dependencia implica no horrorizarse ni demonizar aquellas situaciones que son consecuencia de una tendencia global al consumo narcisista y banal, propio de la era del vacío.
Lo mismo sucede en la familia: el adicto se presenta como la oveja negra, el descarriado que ha perdido el rumbo y que debe ser rehabilitado. Es cierto que el consumo de drogas tiene consecuencias altamente negativas, especialmente para la propia persona. Pero no es cierto que sólo el adicto haya perdido el rumbo. La sociedad ha perdido el rumbo. La familia ha perdido el rumbo.
Encarnar en la categoría del adicto todas las culpas sociales no es mas que una nueva forma de marginar y excluir todo lo diferente, penalizando hipócritamente aquello mismo que como sociedad generamos.
Por lo tanto, ocupando hoy el lugar de otras problemáticas del pasado, el adicto es desde lo social empujado hacia los bordes ofreciéndosele el espacio de lo marginal como lugar propio y definitorio.
Decíamos: la familia ha perdido el rumbo… Si ,ya que somos los adultos-padres que, sin prestar atención , por tratar desesperadamente de evadir esa sensación generada por el vacío, conducimos a los jóvenes a la búsqueda desenfrenada del éxito total ,la competencia y el goce pleno:"Es sentir de verdad","Se lo que debas ser",o sea prometemos logros con la condición de que se siga consumiendo.
El adicto, recurre al "quita penas", sobrepasa el limite para escapar del peso de la realidad y otra vez nosotros no aceptamos (ni como familia, ni como sociedad) el desvío como expresión de la dificultad subjetiva, entonces acusamos al adicto a "necesitar" de lo que no es necesario.

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