Lanzarse al vacío una vez más. Esa fue la decisión que tomó A.C. tras su último ingreso por una flebitis. “El día antes de entrar en Tavad seguía con metadona y hacía 5 días que había consumido heroína, entré en la clínica hecho una mierda”, recuerda.
A.C. no sabía nada de ese tratamiento de desintoxicación ultra-rápida del que no dejaba de hablar su hermana, no le importaba. “Total, no tenía nada que perder, iban a ser sólo unos días. En ese momento sólo pensaba en hacer el tratamiento para que me dejaran tranquilo y volver a largarme después al Poblado”, comenta.
¿Cuántos años hacía que A.C. no sentía ni un solo músculo de su cuerpo a causa de uno de los mayores analgésicos del mundo con el que estaba bañado todo su organismo?
Seis horas de UCI convertidas en el combate más feroz de sus últimos 15 años. Seis largas horas sin parar de moverse y desintoxicando cada rincón de A.C. para pasar 48 horas en planta continuando al cuidado y seguimiento del equipo de Tavad.
“El primer día fue el peor. Me desperté agotado, tenía agujetas por todas partes, por sitios que nunca pensarías que existen hasta que los sientes. Estaba hecho polvo aunque el siguiente fui encontrándome mejor que el anterior. Al tercer día, sí que noté que se me ponían los pelos de punta pero el caso es que no tenía mono, es difícil explicarlo, estaba con mal cuerpo”.
Después de una eternidad con el organismo adormecido por potentes opiáceos, A.C. empieza a despertar. Las sensaciones internas que experimenta son fascinantes y reveladoras, como si volviera a nacer, a sentir de nuevo cada parte de su cuerpo. “Pero no estaba pasando el mono, no tenía que ver, lo he sentido muchas veces y no era así. Me fui encontrando mejor cada día, con las ideas más claras, más seguro de mi elección”, relata firme y seguro.
“Cuando entré digamos que estaba a la expectativa, a ver qué pasaba en el momento que me entrara el mono. Estaba esperando a eso, a ver cuándo salía la abstinencia pero eso nunca sucedió. Eso sí es alucinante, hoy todavía sigo sin tener ganas de consumir, ninguna.”
De hecho, confiesa: “Mira, el día que salí de la clínica me encendí un pitillo y no sé por qué pero hasta eso me supo malísimo, es que no me gustó fumar. Me sabía todo a nicotina pura. Ahí supe que era el momento de dejarlo todo. Empecé a darme cuenta que podía cambiar, y empecé a pensar cómo sería verlo todo con otros ojos, con otra vida”. Era el retorno de su propia conciencia, la neurorregulación estaba haciendo efecto.
A.C. se toma el tratamiento como una innegable segunda oportunidad, un último asalto: Echo la vista atrás y uf… hoy me siento muy arrepentido. No puedes cambiar el pasado pero me siento afortunado por poder empezar otra vez. Es que antes me daba todo igual, tenía claro que iba a terminar mal y me dejaba llevar, estaba muy metido además, y ahora no te imaginas lo que ha cambiado la película. Es otra vida”
En cuanto a su día a día: “Al principio estás como descolocado en casa, no sabes muy bien qué hacer. Pero el venir a terapia una vez a la semana, me refuerza. Todavía hay sitios por los que no estoy preparado para pasar por delante pero poco a poco siento que me hago más fuerte, que puedo con ello. Quiero hacer un módulo, ya he enviado varias solicitudes pero aún estoy planificando mi vida, poco a poco aunque la sensación, es muy agradable. Me he quedado con 4 amigos de verdad, y ahora mismo tampoco quiero relacionarme con el resto, es duro porque ha sido tu vida durante muchos años pero si quieres salir es lo que tienes que hacer, alejarte”.
Una pregunta final estalla en el aire: Imagina que tienes delante a un chaval de 18-20 años que se lo está pensando. Que no sabe si probarla… ¿Qué le dirías?
Su respuesta, contundente y espontánea, deja bien claro lo que el caballo siempre se lleva por delante: “Le diría que antes se tirara de un quinto piso. Es exactamente la misma sensación pero sin sufrir ni pasar todo lo que te pasa con la droga. Es mejor eso, tú te tiras de un quinto y es lo mismo pero sin toda la mierda que lleva detrás todo esto”
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