miércoles, 9 de enero de 2013

Su familia y yo


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Su familia y yo

- ¡Cuídalo!. !Cuídalo!. !Es un buen chico!...Eso me dijo su madre y yo creo que la miré horrorizada sin tan siquiera imaginar que ya era demasiado tarde para que decir no fuera sencillo.

El padre de mi marido era alcohólico. La madre una resignada, paciente y  sufrida codependiente por partida doble. Ella sabía, y de qué manera, lo que era sufrir y no tener a nadie con quien consolarse. Se sumió en la oración y probablemente en una desgraciada enfermedad que acabó con ella. Eso me contó. 
Yo, la imagina hundida en llantos y frustración, sola con sus gatos... murmurando sin nadie que la escuchara... cuántas veces no lo habré vivido yo misma.
Noches eternas sin marido, sin hijo, sin esperanza, sin aliento.
Me explicó que nunca tuvo valor para dejar a su esposo... que no lo hizo por su niño, para no dejarlo sin su padre -ella sabía lo que era no tener un padre- … y porque le daba pena.
Con el paso del tiempo más de una vez tuvo que escuchar de su hijo que hizo mal en no dejarlo –el reproche-, que tal vez las cosas hubieran sido distintas para los dos... 
No se bien si fue una mujer luchadora contra el alcoholismo de su pareja, pero se que fue una madre desesperada por salvar al hijo... se que lo hizo como supo... ella también lo sabía, tanta lucha no pudo con el remordimiento... pero la frustración, la frustración... nada resultó.
Para cuando me exhortó a que lo cuidara, ya llevaba tiempo pensando que yo no sería igual, estaba a punto de abandonarlo y de repente sentí que aquella madre me atrapaba con su petición. Le dije que no podía y me respondió sumida en una tremenda tristeza que lo entendía, pero que yo era la única que podía salvarlo –la palabra mágica que activa todos los resortes del codependiente… salvar-.
Me dijo qué sería entonces de su hijo si ella faltaba… se quedaría sólo… acabaría tirado por ahí, desahuciado sin remedio, condenado a lo irremediable…
Vi su imagen, lo vi, ¡lo juro!. Lo que ella describía no estaba fuera de lo posible en absoluto… y me compadecí en contra de mi propia voluntad… sometida y vencida por una imagen que desactivó todas las alarmas y me dejó indefensa para resistirme a lo que vendría, a los siguientes años de mi vida. No quería, de verdad, pero no podía.
Empezó una lucha entre mi cabeza y mi corazón, desgarradora, una lucha que se sumaba a la lucha del alcoholismo de mi marido. Dos luchas. La única vencida era yo misma. Tocada y hundida ya no existía frente a la existencia de él. Y yo, y nosotros, repitiendo el esquema de su padre y su madre.
La imagen de su familia tenía su reflejo en mi casa. Ellos se hicieron de algún modo omnipresentes. En mi cabeza me decía: ¡yo no soy como ella!¡No. No!.
Seguramente este no, fue el minúsculo indicio de una oportunidad, la única posible, sólo posible certeza de que algo podría ser diferente. El único punto de partida que pudía salvar mi vida, la vida de él y luego tal vez, la de mi matrimonio. Detrás de ese “yo no soy como ella”, estaba yo misma. Si salvaba eso, algo podría ser diferente.
Quise ir hasta allí… ese yo quedaba ya tan, tan lejos, era un yo tan, tan indefinido, tan pequeño, tan poca cosa… pero necesitaba recuperarlo a toda costa… era el único lugar de donde venía aire y tenía que llegar hasta él. Una nueva lucha, entre quiero llegar y no puedo… entonces decidí pedir ayuda para alcanzar mi objetivo. Y sí, más lágrimas y hacer el trabajo más difícil: reconocer, perdonar, comprender, cicatrizar,… pero al final lo conseguí. Liberé lo más preciado de la vida, la mía y después, sólo después, pude pensar hasta dónde podía y quería llegar. Eso no iba a depender sólo de mi. También iba a depender de él. Y el también eligió no permanecer más en el esquema que trazaron su padre y su madre. Y fue verdad.
Su familia y yo representamos las dos caras de la misma moneda. Tan iguales y tan diferentes.
Lola

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