sábado, 8 de febrero de 2014

Relaciones sociales, ¿dónde estáis?


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Reflexiono sobre mí día a día, y la verdad es que son pocas las oportunidades que tengo parasociabilizar. La mayor parte del tiempo lo paso en casa trabajando, o con los peques y mi mujer. Salgo a comprar el pan, recoger a mi hija mayor del cole y poco más.
Este es uno de los grandes problemas con el que me he encontrado desde que inicié el tratamiento, las relaciones sociales, en mi caso, prácticamente nulas en la actualidad. Y es que cuando mi mundo ha girado en torno al consumo, todo aquello que no tuviese que ver con él lo acabé apartando, o se fue de mi lado.
¿POR QUÉ NO SOY UN SER SOCIAL?
Cuando inicié el tratamiento tuve que cortar con todo aquello que tuviera relación con el consumo, aunque en mi caso tampoco tuve que dejar de ver a mucha gente, los últimos años salía sólo, la compañía me incomodaba, o tal vez, ya ni siquiera otros consumidores me aguantaban.
De pronto me vi sólo, no tenía ninguna relación sana con nadie que no consumiera, y con quien si la pudiera tener, vivía a cientos de kilómetros de mí. El darme de bruces con esta realidad fue terrible, y a la vez crucial, pues contribuyó como detonante a que me desmoronara en el tratamiento, logró que aquel David se encontrara totalmente vacío, libre del día a día del pasado, pero sin nada entre las manos en el presente y con un miedo atroz al futuro.
En terapia hablaba sobre ello, muchas veces llorando al ser consciente de la realidad, triste al ver como había llegado ahí. Tras dejar atrás preguntas y dudas de que tal vez no fuera digno de compañía, vinieron lágrimas al preguntarme como podía ser que no tuviera las herramientas necesarias para poder sociabilizar con el resto de las personas. Esto era algo que me traía de cabeza, si algo tenía claro es que el contacto con la gente, ya fuese verbal o físico, para mí era vital, pero lo veía tan lejano.
En ocasiones se daban situaciones en las que estaba con otras personas, padres de compañeros de mi hija, amistades de mi mujer, compañeros de proyectos en los que participaba, o cursos que hacía, pero me resultaba tan difícil. Cada vez que se daba una de estas ocasiones no paraba de pensar en ello previamente, me ponía tan nervioso que las manos no dejaban de sudar, los músculos se tensaban y llegaba a perderme en las conversaciones al estar tan centrado en mi estado. La ansiedad se apoderaba de mí, me bloqueaba y ya todo giraba en torno a cómo salvar la situación. Una parte de mi quería seguir allí, quería intentar disfrutar del momento, pero me resultaba imposible, así que la opción que quedaba era largarse cuanto antes.
CÓMO EVOLUCIONÓ TODO ESTE DESAGUISADO
Poco a poco esto fue cambiando, de pronto, me di cuenta que no se trataba tanto de como transcurriría todo, sino de saber quién soy yo, de conocerme, aceptarme, encontrarme cómodo conmigo, saber disfrutar primero de mí. Y a eso comencé a dedicarme, a David, a saber más de mí, tanto lo bueno como lo no tan bueno. Algunas cosas eran, y son, mejorables, pero otras, no son perfectas, pero son mías, parte de mí. Aspirar a la perfección sería cometer un gran error, y cuando comprendí, no sin ayuda, de que se trata de aceptar el conjunto, todo comenzó a fluir mejor.
Así que, en paralelo a este trabajo personal, me propuse ir más relajado a esas situaciones en las que habría más gente, buscando la integración social, unas veces con más éxito que otras. Pero os puedo asegurar que las ocasiones en que la cosa marchaba bien, que lograba sociabilizar, era fantástico. Recordaba a aquel chaval que aún la droga no le dirigía, que era capaz de disfrutar de la vida hasta el último segundo simplemente compartiendo muy buenos ratos con los demás.

Hoy día la cosa aún tiene mucho que mejorar. Esa sensación de incomodidad sigue presente. Las manos no sudan tanto, pero la cabeza es algo tremendo, y existen momentos en los que te juega malas pasadas. Antiguos temores, vergüenzas, inseguridades, provocan y ensalzan tu yo más antisocial. Pero ya no soy aquel adicto, ahora las justificaciones no valen, no tienen cabida. Ahora soy consciente de ello, dispongo de las herramientas y debo seguir manos a la obra. Porque si de algo estoy seguro, es de no querer impedir que las vidas de otros y la mía puedan llegar a mezclarse. Me ofrecerán lo que nada podrá ofrecerme, amor, cariño, experiencias, esos momentos que perduraran por siempre, en definitiva, emociones, sentimientos y recuerdos que conformarán mi vida.

¡Un abrazo!

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