miércoles, 22 de enero de 2014

Ser vulnerable no se debería olvidar

vulnerabilidadLa semana pasada me ocurrió algo que me sorprendió. Me levanté pronto para trabajar antes de que se despertaran los peques y comenzara la vorágine matutina de desayunos, uniformes,… Me encontraba bien, contento, incluso creí dar con la solución para poder correr y no hacer sufrir demasiado a mis rodillas, afectadas de condromalacia rotuliana. Al oír que mi mujer terminó de ducharse, allí fui yo a contarle mi idea.
De pronto, justo en el instante que iba a comenzar a contárselo, me invadió una gran ansiedad, fue tremendo, en cuestión de segundos comenzaron a pasar imágenes de mi época de consumidor y problemas del presente. Apenas podía hablar, me quedé petrificado, totalmente descolocado, no entendía nada. Me apoyé en la pared del baño y únicamente tenía ganas de llorar. Ella me preguntó que me ocurría y apenas la podía explicar, la decía que no entendía que me pasaba y la conté lo mismo que os he contado ahora a vosotros. Reviví aquella ansiedad que se tiene cuando deseas mucho consumir y estás a punto de conseguir algo para poder metértelo. Recuerdo algunas ocasiones en las que comenzaba a vomitar y no era capaz de calmar las náuseas hasta que había conseguido la sustancia de turno.
Poco a poco me fui recomponiendo, involucrándome en las tareas cotidianas, pero algo me decía que el día no iba a ir como estaba planeado. Intenté hacer aquello que tenía previsto, pero me resultaba imposible concentrarme. Opté por parar, no forzar. Dejé todo y me tomé tiempo únicamente para mí, para pensar en lo que había ocurrido. Para ser sinceros no llegué a ninguna conclusión definitiva, pero si logré calmar aquella ansiedad. Pero sólo calmarla, ya que el mal estar me estuvo acompañando durante varios días.
En estos momentos me di cuenta de lo agradecido que estaba de las terapias de grupo. Cierto es que no llegar a tener una certeza de porque te ocurre algo puede ser frustrante, pero si no fuera por ellas, no habría tenido la capacidad de reconocer que me estaba ocurriendo y que podría avecinarse. Hubo algunas cosas que fueron fundamentales para que aquel “mal viaje” al pasado no pudiera conmigo:
  • Reconocer que algo iba mal y no obviarlo
  • Abrirme y hablarlo con mi mujer. Exponerlo fue fundamental, no sólo para mí, también para quien estaba a mi lado y fuera consciente de lo que había ocurrido y como me encontraba.
  • Tras intentar actuar de forma normal en el día a día, y ser consciente que no era capaz, tomarme tiempo para mí. Permitirme esto fue imprescindible, haber intentado seguir adelante como si nada pasara habría provocado que todo fuese a peor.
Pero también hubo un fallo, algo que evité hacer, y no tuvo que ser así:
  • Llorar. En el instante que todo me golpeo de lleno en el baño, cuando lo único que me apetecía era llorar, tuve que haberlo hecho.
Creo que hubiese sido de gran ayuda. No sólo le habría permitido al cuerpo expresarse como estaba pidiendo, sino que, con bastante seguridad, no habría estado varios días revuelto por todo ello. De hecho, todo este mal estar desapareció días después tras unas lágrimas provocadas por otro motivo.
Pero como decía, fue genial ser testigo de lo que estaba ocurriendo, no desear huir de ello. Entender que es parte de mí, que es parte de mi vida, y comprenderlo, y no luchar contra ello, hace que todo sea más fácil.
Para mí, darme la oportunidad de sentir, de vivir en el malestar, de no querer ignorarlo, o revolverme contra ello, es algo espectacular, esto era algo impensable cuando consumía. Cada día que pasa estoy más sorprendido de como todo aquello que me decían en terapia, cosas que yo ponía en duda, es cierto. Sentir es bueno, abrirse a los demás, y a uno mismo, es bueno. Es maravilloso poder hacerlo y no tener esa sensación de hacer el ridículo, no tener un miedo atroz a que si te abres, el resultado será que te atizarán más fuerte. Sentirse vulnerable, aceptarlo, es algo que jamás se debería de olvidar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario