miércoles, 16 de enero de 2013

MI PRIMERA RAYA DE COCAÍNA



Me acuerdo de cuando sucedió, no la fecha exacta evidentemente, de esto hace unos cuantos años ya, pero sí del día y de lo que hicimos esa tarde, una tarde de viernes como otra cualquiera. De la primera es imposible ya que lo tengo bastante borroso y hubo varias en el mismo día. Contaría con veintiún o veintidós añitos poco más o menos. Fue en un garito llamado Mami Blue en la zona de Francisco de Vitoria que frecuentábamos con asiduidad por aquella época, ocurrió dentro del local en los almacenes. Con el tiempo, cuando ya éramos más osados y no temíamos que nos vieran delinquiendo las autoridades o nuestros compañeros fascistas, lo hacíamos enfrente del bar en la calle, donde había como una plazoleta entre dos urbanizaciones de pisos, y que en sus escaleras nos aparcábamos muchas veces cuando dentro de los bares de la zona no se podía estar de gente.
En esa tarde, nos metimos unas cuántas rayas o... “tiros”, como llamaban los pijos de la zona a las filas, un poco para hacernos los mayores, y otro mucho porque la cocaína comenzó a extenderse por toda la zona con una rapidez pasmosa, siendo utilizada por los disk-jokeys, camareros, amigos de los camareros, clientes, colegas, los amigos de los colegas, en fin, casi toda la gente joven que salía por la noche o estaba relacionada con ella.
Como he relatado en el capítulo anterior, los fachas “mayores”, que tanto habían estado en contra de la droga, comenzaron a manejar el cotarro dentro de sus locales donde se expansionó a todos los locales de moda, de toda la zona en primer lugar, y luego de toda la ciudad. Supongo que poco a poco comenzaría a pasar lo mismo por los barrios en un nivel inferior. Y me supongo que la delincuencia afincada en las barriadas, vería en esto una manera más rápida, más divertida y menos peligrosa de ganar dinero que la de atracar o robar, eso lo comprobé más tarde con amistades que hice de este tipo, con lo que su expansión llego a todos los rincones de la ciudad en poco tiempo.
Era curioso para un joven como yo, que se había movido en corrientes de ultraderecha donde estaban prohibidas, ver a conocidos, amigos y compañeros de armas, empezar a consumir sustancias hasta la fecha muy perseguidas, pero, ya que como todo el mundo lo hacía para que durara mas “el pedo” del fin de semana (colocarte con alcohol, o como en este caso otras sustancias), y coger “el pedo” siempre estuvo por encima de cualquier ideología, supero con creces cualquier barrera del pensamiento restrictivo que teníamos impuesto hasta la fecha.
Para salir por la noche ya no era suficiente con coger el pedo de alcohol. Tenías que colocarte con la reina indiscutible de la noche que surgió en aquella primera época, en cuánto a sustancias estimulantes se refiere.
Se creo un halo de misterio ante tal compuesto, aparte de por lo prohibido del asunto, por lo que te hacía sentir; más seguro; más suelto; con fuerza, y esos miedos que existen a relacionarte con los demás, desaparecían por completo, yo lo comparo con lo que le sucede a Clark Kent cuando entra en una cabina y sale hecho un “superman”, con capa y pantuflas, es algo por el estilo. 
La mala fama que nos había metido en nuestras débiles cabecitas la derecha Española durante años sobre estas sustancias prohibidas, formaba parte de ese muro que había que flanquear sigilosamente. Como he relatado en el capítulo anterior, los que te decían que eran malas, se ponían hasta el culo, a escondidas evidentemente.
La expansión que tuvo fue brutal, en parte gracias a la independencia económica de los jóvenes, y también a que en aquellos tiempos los socialistas legalizaron el consumo. Si era poca cantidad la que llevabas encima era legal. Así que… “ancha es castilla”. Te metías rayas encima de las barras de los bares con los locales abiertos y sin que nadie te dijera nada, podías hacerte porros en la calle, en los clubes. En los baños de las discotecas había colas que llegaban hasta las puertas, todos con las papelas en los bolsillos esperando para enchufarse dentro con la puerta cerrada, o en las encimeras de los lavabos. Recuerdo cientos de fiestas a puertas cerradas dentro de los bares, con dueños, con los camareros, con los dj, s, con…
Esto, lo de la libertad de expresión y acción, conforme el consumo creció, se fue poco a poco, reduciendo y persiguiendo, más que persiguiendo controlando para que no se notara tanto y para que la hipócrita, moral y bien pensante sociedad, no fuera desengañada de sus cuentos estúpidos de hadas y duendes. Sobre todo se pusieron un poquito duros, al decretar la estúpida ley Corchera. Y a raíz de las cantidades de programas que salían por televisión sobre las rutas del bacalao en Valencia, por la gran cantidad de reportajes sobre el Éxtasis en la isla de Ibiza y por las declaraciones de jóvenes que se pegaban días enteros de juerga sin dormir los fines de semana. Lo de no dormir en todo el fin de semana sigue ocurriendo hoy en todas las ciudades con mucha mayor cantidad de personas, pero también es cierto que muchos se meten un poquito y duermen y comen al día siguiente, también cada vez más.
El choque fue brutal. Todos comenzamos un poco escondiéndonos por miedo a ser descubiertos por los amigos que todavía no la habían probado, o los compañeros de correrías fascistas que no asimilaban el cambio que se preparaba, aunque no les quedaba más remedio que aceptarlo. Lo cierto es que te sentías distinto, como si fueras un poco el malo que siempre quisiste haber sido entre tanta represión sin sentido. Todas las nuevas amistades que comenzabas a conocer se enchufaban en mayor o menor medida. El que no fumaba porros, se metía speed, el que no pastillas, el que no trippis que eran más baratos, pero todos en definitiva se metían algo ilegal los fines de semana para salir de marcha. Siempre se ha dicho que todo lo bueno es ilegal o engorda.
El precio del gramo oscilaba entre las 14.000 pesetas hasta las 18.000, dependiendo por supuesto del contacto y del corte, y hablamos de las de hace 20 años. Por eso, se produjo como una especie de elite entre sus consumidores, ya que no todo el mundo podía permitirse esos precios. O tenías mucho dinero, te gastabas el sueldo que ganabas de camarero, o al final lo más sencillo era acabar traficando con los amigos o clientes del bar.
Al principio te metías una raya o dos en toda la noche, puesto que lo ibas incorporando poco a poco al pedo normal de copas de cada noche, con lo que tampoco te gastabas mucho. Comprabas medio gramo para dos o tres y te metías tres rayas mezclándolas entre medio de los whiskys de siempre. Pero claro, el consumo de coca se hizo mayor, con lo que el de los whiskys también. Cuánta más farlopa te metías, más cantidad de alcohol podías ingerir, y así sucesivamente.
Aquí voy a poner un ejemplo claro de lo equivocadas que están muchas informaciones sobre las drogas. De todos los amigos de aquella época, y no me voy a referir a los conocidos que podían ser unos 50, de esos casi todos acabaron metiéndose y están todos vivos, hablo de “la cuadrilla de amigos” que se dice; esos 7 u 8 que estuvimos manteniendo una relación más directa y que todos comenzamos a probar la coca a la vez. 3 de ellos enseguida dejaron de salir con nosotros y se casaron a los pocos años, tienen hijos, uno de ellos separado, otro casado sin hijos, pero todos vivos. De los demás que seguíamos utilizándolas y probando las nuevas drogas que llegaban a nuestras manos, 3 siguieron durante unos años más con nosotros, hasta que se fueron echando novia, cambiando de vida y dejando nuestras mismas sendas, aunque no les he perdido la pista del todo, también están bien. Con los 2 restantes sigo teniendo relación y buena, también están vivos y han seguido durante todos estos años como yo, saturándose de todo tipo de drogas, o utilizándolas de vez en cuando para salir por la noche. Ninguno está muerto, ni está en un frenopático, y no necesita ni más ni menos un manicomio o psiquiatra que cualquier persona que haya estudiado una carrera, o trabaje en una fabrica. Son personas, iguales a cualquiera que va por la calle, con sus miles de problemas normales que rugen diariamente dentro de sus cabezas. De hecho, uno de ellos está casado y tuvo una bonita niña el otro día. ¡Ah! Y yo, que creo estoy vivo, o por lo menos eso parece…
Al escribir esto, recuerdo claramente el olor como a medicamento de cuando habrías la papela, pero no malo, sino del que te cura. Recuerdo que al esnifarla por la nariz, notabas como te pegaba justo en el centro del cerebro por detrás de los ojos, luego la sensación de tener la boca dormida al tragarla y como bajaba por la garganta dejándola anestesiada. La mezcla del güisqui con coca-cola y la coca al beber. Las palpitaciones del corazón al sentirla correr por tu venas, y sobretodo las ganas irrefrenables de moverte, bailar, hablar con los demás, hacer amigos perdiendo el miedo a relacionarte con otras personas que no conoces, el buen rollo en definitiva.
Realmente al principio es así, si te metías poquito estabas muy bien, despierto, alerta, no perdías el control en ningún momento, pero luego la ansiedad de meterte más y beber más, te podía totalmente, y ahí empezaban los problemas, en parte por lo que vale y en parte por no tener un fin claro. Claro que el final lo debes de poner tú, con tu propia personalidad, con tu fuerza de voluntad, y sino puedes ponerle fin, pues te buscas un buen psiquiatra o psicólogo que para eso están.
Hoy en día cada vez más gente las utiliza de esta manera. Un poquito para funcionar y a casa a dormir.
Conforme creció su consumo, mayor número de personas se dispusieron a dispensarla de forma fraudulenta, no sin antes sacarse un suculento beneficio, la mayoría de las veces simplemente transformado en polvo que se evaporaba por sus narices. Alguien de un grupo de amigos más cercano, de 5, 6 o 10 personas, el más lanzado, el más interesado o el más necesitado económicamente, cogía a pufo para todos y se sacaba su parte gratis. La mayoría de las veces no llegaba a sacarse su parte porque se acababa metiendo más de lo que debía al no controlar sus dosis, o por no cobrar a los amigos, que es el principal fallo en el sistema de contabilidad. Los “rotos” como se llamaba a este echo se daban por doquier. Un amigo te hacía un “yate”, ya te pagaré mañana, otro te hacía un “roto”, que te lo pague otro, otro un “pufo” que te lo pague papa pitufo, y con este sistema imperfecto y que tantos agujeros poseía en su composición, se fue gestando la telaraña del sistema económico y de distribución de las sustancias ilegales. Tenía fallos desde su nacimiento, está claro, pero no teníamos otro, y al fin y al cabo como daba alegría y felicidad a la gente, que es lo que importaba realmente, lo utilizamos con alegría y esperanza. Con la esperanza de llegar a final de mes sin un roto importante. La verdad es que era la hostia llegar a cero de deudas todos los fines de semana, pero eso hizo que bajaran los precios, y también haciendo más complicado conseguir buenas sustancias que no estuviera cortada dos o tres veces por los “colegas” “traficantillos”.
Durante mucho tiempo el precio se estabilizó en las 14.000 pelas el gramo, bajando luego a las 12.000, hasta que nuestros propios amigos empezaron a moverla a precios de escándalo. 4.000 o 5.000 casi sin cortar. La cortaban con productos dietéticos como aminoácidos, buenos para la salud de los que la consumían y bueno para nuestros bolsillos. Sacabas casi el doble de cantidad, seguía siendo buena y la vendías barata a 10.000. La cocaína muy pura te da unas taquicardias que te mueres, por eso hay que cortarla para consumirla. Yo he estado un par de veces de sobredosis y no mola nada. La primera vez porque un amigo estuvo con sus padres en Colombia y se trajo 50 gramos sin cortar entre las piernas. Durante un mes, fue el rey indiscutible de la noche, todo el mundo quería probar su farly (cocaína cariñosamente hablando). Me invito a una raya coincidiendo en un baño de uno de los locales que frecuentábamos, y estuve más de una hora sin poder hablar. Otra vez, en una noche vieja, nos metimos doce rayas en lugar de las doce uvas, y estuvimos más de dos horas sin poder pronunciar palabra en un garito que trabajábamos todos en doctor cerrada.
“El costo es la droga de los pobres”, les oía comentar muchas veces a pijoteros gilipollas niños de papá, a los que la “farlopa”, (cocaína), les hacía mucho más gilipollas aún, si cabe. Lo cierto es que los primeros que empezaron a meterse fueron los fachas más radicales, no todos, pero casi todos. Los pijoteros del PP, (AP en aquellos años), nos miraban con desprecio, hasta que pasados unos años, no muchos, comenzaron a ponerse de pastillas hasta el culo y a traficar de la misma manera que todos nosotros antes.
La palabra traficante la verdad es un poco insultante. Todo el que consume, le pasa una china a un amigo o un poquito de lo que sea para que disfrute, y no por ello es un traficante, aunque para el estado sí, porque estas cometiendo un delito contra la salud pública. Pero… ¿Qué es la salud pública? ¿Y la privada, o mejor dicho, personal? ¿Por qué presuponen que te vas a poner hasta el culo siempre, o que te vas a volver loco hasta que atraques farmacias o te mueras? Bueno, sería lo mismo decir que cuando le dejas un libro a un amigo para que lo lea, en el fondo eres un traficante de libros. O cuando le das un mordisco de una hamburguesa a un amigo, eres un traficante de grasa saturada y le vas a crear una obesidad galopante porque no se va a poder controlar. De hecho hay unos cuántos obesos que no se controlan… ¿no? O cuando le pasas a alguien un cuchillo para cortar jamón, eres un traficante de armas, porque el estado puede pensar que vas a matar a alguien con ese cuchillo, de hecho se puede ¿No? ¿Con un cuchillo en la mano y las circunstancias apropiadas todo el mundo puede ser peligroso? ¿No? Bueno, cosas de la vida.
A raíz de este cambio en el comportamiento noctámbulo, de alargar la noche todo lo que se pudiera gracias a las sustancias que te quitaban el sueño, la discoteca de moda de entonces “Pacha”, ubicada en la calle Sevilla, en lugar de cerrar a las 5.30 comenzó a cerrar a las 8.00 y el “KWM” de Fdo. El católico, por el volumen de gente que todavía aguantaba un poco más, alargó su horario primero hasta las 10, luego hasta las 11 y finalmente a las12 del mediodía, horario que se ha mantenido desde hace unos quince años. Qué momentos tan inolvidables, salir de una discoteca bien colocado y más fresco que una lechuga a las 12 del mediodía de un domingo cruzándote con las familias que van a pasear al parque primo de rivera.
Con el tiempo descubrí, hablando con disc-jokeys de otras discotecas más orientadas a personas mayores, que no tenían una repercusión juvenil grande, que la cocaína ya se movía en la noche hacia mucho tiempo, pero eran en sitios muy concretos y muy relacionados con puti clubes alejados del populacho o la gran masa.
También las anfetaminas, utilizadas por los estudiantes para estudiar y sacarse sus carreras, (¡Ah! Pero como eso de estudiar es algo digno… no se debe pero se hace), comenzaron a meterse en la noche junto con los trippis y los éxtasis. Todo ese conglomerado de drogas a las que por primera vez accedían jóvenes con poder económico o no, explotaron gracias a un estilo musical nacido del acido o trippy (LSD 25), y la pegatina del smile como símbolo de felicidad, llamado “Acid house”. Ritmos hipnóticos electrónicos repetitivos que con las luces de las discotecas y las nuevas drogas de diseño, arrastraron a los jóvenes que solo querían divertirse sin las responsabilidades cotidianas de estudios y trabajos rutinarios de entre semana, a alargar las noches primero hasta las 10 de la mañana, más tarde hasta las 12 del mediodía y luego hasta que el cuerpo aguantase gracias al cokctail de drogas, música y alcohol todos los fines de semana.
Mi novia de aquel entonces, facha también como todas las de mis amigos, hija de padre y madre facha, no le hacía ninguna gracia las nuevas sustancias de diversión que empezamos a utilizar, así como tampoco en mayor o menor medida a todas las otras novias de mis amigos, exceptuando alguna que también se ponía. Esto originó una vorágine de ir a comprar a escondidas al portero de la discoteca de moda de la zona llamada Yuppies, con la contraseña. “Está Julio por ahí”. “Está arriba en el almacén”. “Espera un momento y sube conmigo” Así nos suministrábamos “el polvo blanco” en nuestros primeros tiempos. Nos escondíamos de las señoras metiéndonos las rayas cuando no se enteraban, en los almacenes de los garitos, con escapadas a los coches, o a una casa cercana de un amigo que vivía a 5 minutos de allí, etc. Este comportamiento sigue sucediendo en menor medida, en las altas esferas de los pijos de Zaragoza, Madrid, y Barcelona y entre muchos de mis amigos que se casaron hace muchos años que todavía hoy cuando quedan a celebrar algo, se esconden y se enchufan sin que sus mujeres sepan nada. Aunque muchas de ellas ya eran las novias de ellos en aquellos tiempos cuando nos poníamos hasta el culo todos los fines de semanas. Lo cual me lleva a pensar que hay gente que vive con personas a la que no conoce de nada. Siempre este hecho me ha parecido de lo más curioso. Relaciones basadas en las mentiras sociales para no llegar nunca a saber quién es la pareja con la que vives y te has casado.
La cocaína nunca me gustó de verdad, lo que con el paso del tiempo he comprobado que ha sido una gran suerte, porque al que le gusta de verdad, es como la heroína, que no tiene fin, sobre todo si tienes pasta. Te engañas a ti, engañas a todos los que te rodean, y te pules la fortuna que haga falta. Pero creo que va un poco con los caracteres de cada persona.
La cocaína tiene algo extraño. Si te metes poca esta bien, pero luego te da la ansiedad de meterte más y más, y si te excedes no encuentras el fin del asunto. Los que se meten mucha en poco tiempo los deja como atontados, pero con la cabeza despejada y clara para decir y hacer tonterías sin sentido. Aunque hay rasgos comunes generales, esto en cada persona es distinto totalmente.
Los que se meten cocaína para colgarse se quedan en un estado de inanición, con el cuerpo estático y la mente suelta completamente, por eso les gusta. Los que la utilizan para estar chuleando de sus propiedades o de sus vanaglorias artísticas o emocionales, les va que ni pintada, sobre todo a los pijoteros, ya que les hace creerse cosas que no son, las sueltan a los demás, se enorgullecen, y se crea una corriente de regreso en esas vanaglorias y halagos mutuos.
A los que son mentirosos compulsivos los eleva al estado del absurdo, porque sus mentiras alcanzan grados supremos. Y a los “porque yo” como yo les llamo, “porque yo, porque yo, yo, yo, yo soy el mejor, yo tengo el mejor coche, yo, yo, yo tengo las mejores mujeres, porque yo, porque yo…” los hace los reyes del universo, de “su universo”.
Como he dicho antes la farlopa o cocaína no me gustaba nada, aunque tampoco lo sabía entonces porque no la podía comparar con otras sustancias. Hasta que no probé el éxtasis y vi la diferencia de sensaciones que en mi reportaba, no sentí la necesidad de dejarla totalmente de lado. La diferencia sustancial de sus efectos era brutal, por lo menos para mí. Hubo varías veces que me llevaron a decidirme a dejarla, aunque siempre caías por la inercia de los demás, primero porque el éxtasis era la felicidad absoluta, plena, pura, luego porque la cocaína me rayaba un montón, estuve dos veces de sobredosis y muchas con el cerebro desbocado sin poder controlarlo, lo cual yo veía que eso no tenía nada de divertido y me hizo tomar la decisión de dejarla. Hubo un día, en un cumpleaños de un amigo, que cogió un saquete bastante considerable, y que como todo el mundo se ponía, pues por pura inercia me metí una considerable raya, aún a sabiendas que no me gustaba ya y no me sentaba bien, así que dije hasta aquí, y nunca más volví a probarla, exceptuando solo una vez que lo hice con el mismo resultado. Unos pilares, después de dos días sin dormir y porque ya no quedaban otras drogas. Las dos veces con el resultado de: <<“no lo volveré a hacer” 1. “repetir otra vez” 0 pelotero>>.
La última vez como digo, fue en el final de las fiestas de un pilar que llevaba sin dormir desde el sábado. Lunes de madrugada en la casa de un amigo. Me la metí, después de prepararme un cubata porque ya no quedaban otro tipo de drogas y algo había que hacer. Sabía que no debía, pero me la jugué. Nada más metérmela, y mira que ya habían pasado unos cuántos tiempos desde la última que había dicho que nunca más, se me empezaron a cruzar los cables y me fui totalmente rayado a mi casa. Así que esa fue la definitiva, y desde ese día nunca más se supo de la farlopa dentro de mi organismo.
Lo cual nos lleva a la conclusión de que nadie se muere ni por una, ni por dos rayas, ni por un gramo ni por dos gramos, ni por diez, habrá un comienzo en el contacto, habrá una rutina de descubrimiento en el tiempo y habrá un final… como todo en la vida. ¿Qué se pasa mal? Pues sí, algunas veces sí, para que vamos a engañarnos. ¿Qué te da problemas? Pues a veces también, pero los resuelves como mejor sabes o puedes, y así aprendes de ti mismo y de lo que te rodea, que no es poco. Pero también es cierto, que otras tantas te lo has pasado tan bien y tienes tan buenos recuerdos, y has hecho tantas risas con tantos buenos amigos, que al fin y al cabo no son más que experiencias de la vida misma, unas veces buenas y otras no tanto. Y si no, que se lo digan a Maradona, la de gramos que han caído dentro y a su alrededor en las fiestas. Si, ya sé que diréis que lo ha pasado fatal. ¡Claro que lo veis llorar delante de una cámara arrepentido! Como no. Como todo el mundo, pero en el fondo sale ahí, fingiendo muchas veces porque es lo que todos queréis ver, porque no lo entendéis y no lo podéis aceptar, pero cuando se enchufa, las veces que le da la gana, se ríe en vuestra puta cara, porque primero, tiene todo el dinero del mundo para hacerlo, y segundo porque es un dios, y los dioses hacen lo que les sale de los cojones. Así ha sido hasta hoy, y así será para siempre.

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