Y aquí es donde queremos también poner la mirada. Los jóvenes no son seres al margen de la sociedad, forman parte de ella y son también hijos/as de una época. Quizá convendría pues interrogarse sobre el modelo de sociedad que compartimos, un modelo que se caracteriza por, entre otros rasgos, la inconsistencia de los vínculos sociales, el consumo voraz de toda suerte de objetos y la falta de integridad ética que genera a su vez desafección y falta de confianza en nuestras instituciones. Acaso algo de lo que les ocurre a esos jóvenes (que no son todos) guarda relación con este estilo de vida que cuestionamos tan poco. Acaso algo de la desafección y de la anestesia emocional (con la comida, con la medicación…) yace también en el sustrato de sus posiciones. Correspondería entonces aceptar una parte de nuestra responsabilidad como comunidad.

Y conviene hacerlo no solo desde la vertiente de asunción de responsabilidades sino también, y en especial en la acción social, desde la dimensión de apertura de posibilidades. Desde su inclusión en el espacio público (la expulsión de los jóvenes de éste es especialmente notoria en la ciudad) hasta su participación en la vida comunitaria y política, tenemos un amplio recorrido de mejora. Hemos de operar un tránsito desde esta asociación jóvenes-problema para convertirlo en algo menos problematizado y más plagado de promesa que de dificultad.
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