jueves, 14 de noviembre de 2013

En memoria

Juan Guillermo Valderrama Santamaria


Hoy recuerdo a todos esos que murieron antes de tiempo. A esos que no les alcanzó el hilo para poder elevar sus cometas al viento, a quienes el sol eclipsó para siempre sus sueños, a aquellos que cincelaron en la vida sólo malos recuerdos. Flores marchitas, nombres en mármoles fríos, hijos ya apenas evocación para tantas madres que nunca serán abuelas.

Parece que fue ayer, cuando aún siendo niños caminábamos con pasos de viejo, cuando nos creíamos los dueños del mundo y apenas hasta la esquina del barrio alcanzaba nuestro boleto. Allí descubrimos el anís, la ansiedad por el humo y la calidez de unos senos. Pero todo tenía un precio y entendimos del poder del dinero.

Nunca quisimos ser niños, no había tiempo para los juegos, nuestra vida era más real. Ya éramos hombres de pantalones cortos, de imaginario bigote en nuestros pensamientos. De pronto aquella esquina ya no fue más nuestro mundo, sino más bien algo parecido al infierno. Algunos se hicieron esclavos de alguien o algo; y los que aún no, buscábamos los caminos para serlo.

Nunca supe cómo ni cuándo, pero años antes de ser ciudadanos, las cadenas ya ataban nuestras manos. Y ni que decir de esas cadenas de polvo seco que no dejaron germinar tantas semillas. Quedaron únicamente madres sin hijos, interminables padrenuestros, más avemarías y muchas póstumas misas.

Aún no sé por qué quedé yo; si igual fui como todos esos, un morador más de aquella esquina. Tal vez quedé para contar nuestra historia, para decirle al mundo que no fuimos culpables, para gritar que no fueron vanos los tan escasos pasos que caminaron. Ya hoy los niños no se mueren tan niños y esa infausta esquina tampoco es un infierno. Pienso que no es justo, pero de algo, o mejor mucho, valieron nuestros errados ejemplos.


Juan Guillermo Valderrama Santamaría