lunes, 10 de diciembre de 2012

Quisiera exponer brevemente algunas reflexiones sobre el rol del "operador socioterapeutico", su relación con las instituciones, la formación, la supervisión y su convivencia con otras disciplinas de formación académica.


Mary Gonzales

Reflexiones sobre la Práctica
Dr. Bruno Bulacio.
Revista Punto Límite

Quisiera exponer brevemente algunas reflexiones sobre el rol del "operador socioterapeutico", su relación con las instituciones, la formación, la supervisión y su convivencia con otras disciplinas de formación académica.

Nos hemos encontrado con verdaderas dificultades cuando somos objeto de una "demanda de formación", al advertir que no contamos con un espacio que pueda dar respuesta a estas necesidades por parte del operador, dado que somos conscientes de que muchas veces su condición de ex-adicto, sus necesidades y los motivos de la demanda se diferencian de cuando ésta proviene de profesionales con formación académica.

La primera dificultad recae muchas veces en no poder otorgar, sin un trabajo preliminar, un espacio compartido con otras disciplinas. Esta dificultad hace que se pierda toda una riqueza de recursos asimilados por la experiencia, debido a la falta de espacios pertinentes para su integración y desarrollo.

Existen muchas instituciones, que si bien cumplen con un rol social destacado absorbiendo volúmenes muy importantes de la demanda, no poseen los dispositivos tecnológicos de formación adecuados para dar respuesta a las necesidades del Operador. En particular cuando se trata de "ex-adictos" (personas que han completado o se encuentran en la última fase de su "programa de recuperación"), o familiares de quienes han realizado un programa de tratamiento.

Sabemos que más allá de la capacitación técnica para el ejercicio del rol, existe un requisito esencial que hace posible sostener "esta práctica". Esto es que el sujeto haya alcanzado "un equilibrio emocional y crecimiento personal" que le permita interrogarse a sí mismo en cada momento de su práctica. Este proceso no puede ser garantizado tan sólo apelando a un requerimiento de "capacitación", sino que es necesario concebir un dispositivo donde el sujeto pueda procesar su experiencia en el marco de una "supervisión clínica" y reflexión sobre esta práctica. Sólo así podremos concebir su "profesionalización", soporte de una compleja serie de técnicas e instrumentos terapéuticos cuya aparición y utilización no deben quedar librados al azar.

Hemos podido observar que el no acceso de los operadores a un espacio de supervisión, reflexión y conceptualización sobre el rol, se ve resistido por el mismo "modelo" en que sostiene su función.

¿Por qué un dispositivo clínico para procesar esta experiencia?. He podido observar que muchos hacen de lo que es un dispositivo de trabajo, un "modo de vida". Viven en sus hogares como en una "comunidad terapéutica", aplicando "el modelo" a la educación de sus hijos. "El modelo" protege y da un marco de "contención" que es necesario revisar e interrogar.

Otra cuestión es el poco espacio que nuestras instituciones otorgan a la reflexión sobre la práctica, las más de las veces obstaculizada por la perentoriedad de respuesta que exige la problemática y las urgencias que dominan y condicionan la labor del operador en este campo.

Otro factor es el aislamiento de las mismas frente a la necesidad observada por nuestros operadores de mantener un intercambio de experiencias, propuestas y modos de acción referidos a su función dentro del sistema. A ésto debemos sumar la avidez de formación para hacer frente a los problemas que les plantea distintas circunstancias dentro del tratamiento y la urgencia de contar con instrumentos idóneos para operar con eficacia en una clínica que no puede eludir la obtención de resultados. La perentoriedad de encontrar una rápida respuesta frente a cuestiones que requieran una reflexión más detenida deviene en un verdadero síntoma del sistema y la función dada la complejidad de elementos que intervienen en la resolución de casos y circunstancias del tratamiento. No olvidemos que operamos en un campo de alta complejidad e implicación de la subjetividad del agente terapéutico.

Hemos observado que muchos operadores caen en la repetición de modelos haciendo caso omiso a los resultados de la experiencia; impedidos de poder procesarla, son conducidos a una renovada frustración. Las dificultades que plantea el tratamiento de la demanda nos sumerge en una clínica con sujetos que parecen naufragar en el vacío de una existencia que hace abuso de la significación de ese acto.

Con ésto nos encontramos a diario y es muchas veces el operador, el destinatario de esa demanda, interpelado, interrogado en ese lugar. No podemos eludir los efectos y consecuencias de ese encuentro y las implicancias que ésto tiene en la posición subjetiva del operador dentro del sistema y el lugar que está llamado a representar.

Muchas veces lo que llamamos "la recaída" del operador tiene mucho que ver con la falta de respuesta de "un afuera" en cuanto a su condición dentro del sistema.

Otro tema de interés es la relación del operador con los equipos profesionales, los obstáculos en la comunicación y las resistencias a la integración.





En la última etapa del tratamiento, el sujeto sabe que ya no quiere hacer consumo de drogas; una tentativa de solución aprendida frente a las propias dificultades. Es ésta una etapa crucial porque el sujeto se encuentra con una verdadera crisis de identidad: "se que no quiero drogarme pero no se quién soy". Si ésto no es adecuadamente comprendido, la misma institución puede contribuir a hacer del rol de operador una fase de ‘reinserción".

Hemos observado que en muchos casos la institución, al otorgarle este espacio frente a necesidades tanto del sujeto como del sistema, puede contribuir a alentar una "pseudo identificación" a modo de "un legado", inhibiendo al sujeto de cualquier otra alternativa de elección. "Yo sin ésto no soy nada", puede ser la fórmula que traduce la alienación del sujeto dentro del sistema que lo representa, y que representa con todas sus consecuencias sobre el sostenimiento de su práctica.

El rol del operador no debe ser un legado, sino una elección. El rol del operador no debe ser "un mal necesario" de los equipos profesionalizados. Estos últimos alientan la presencia del operador dentro del sistema pero muchas veces se ven inclinados a sostener "prejuicios" no declarados.

Las luchas de poder encubiertas entre profesionales con formación académica y operadores son una realidad de la práctica no lo suficientemente atendida, donde lo anteriormente expuesto en cuanto a las condiciones actuales de nuestros operadores contribuyen en mucho a su discriminación dentro de los equipos profesionales.

Esto también conduce al operador a asumir una defensa por oposición desde el único lugar en el que éste puede reconocerse y legitimar su práctica: "si Ud. nunca vivió la experiencia de la droga, cómo puede comprender esta problemática?" , "los profesionales no saben lo que es ‘ser toxicómano’; no pueden saberlo".

Desde esta óptica, la "caza furtiva" de profesionales habla muchas veces de cierta inseguridad del sistema y de quienes sostienen el modelo, instituyendo un abismo entre ambas prácticas que en nada contribuyen a una más cabal comprensión del problema.

El operador y su práctica no es "oposición" del conocimiento científico; es necesaria su participación como una contribución a nuevos flujos epistemológicos que este campo de la práctica reclama.

Cuando el operador se representa en ese lugar de "saber" que puede enunciarse "más que yo, nadie puede saber sobre un toxicómano", el sentimiento de omnipotencia que oculta la fuerte necesidad de legitimación de su lugar puede conducirle a muchos desaciertos.

La falta de legitimación de esa práctica, conduce a un cierto grado de "despersonalización" con todas las consecuencias que ésto tiene en cuanto a sostener su identidad dentro y fuera del sistema.

El sujeto termina atrapado en una situación donde ya no es "él mismo"; en este juego aparece la "recaída". Es en todo caso la búsqueda por sostener otro lugar lo que conduce al reforzamiento iatrógeno de la nueva identificación.

Hay un deseo "no realizado" que mediado por esta instancia, opera como espacio transicional, "un trampolín entre la jeringa, la marginalidad y la nada, al éxito y el protagonismo".

Cuando la fase final de su tratamiento se ve obstaculizada por dificultades propias y del contexto social que resiste su inserción, al no encontrar una salida más conciliada con su deseo, la identificación al rol es vista como "una veta hacia el poder"; una carrera acelerada a enterrar todo su pasado.

La identificación al rol no puede "blanquear" lo que el sujeto no ha podido elaborar, y en consecuencia resolver en esa etapa final del tratamiento. La "profesionalización" del operador no puede constituirse en una fase programada de su reinserción, sino que sólo una adecuada elaboración durante esta etapa, hará posible la elección, y sólo en una etapa posterior la asunción plena del nuevo rol.

Si el "quiero ser operador" no cumple estas condiciones, será mejor orientar al sujeto a otras selecciones.

Su "profesionalización" puede estar atravesada por cierta manipulación del sistema, si prevalecen los intereses de las instituciones a las necesidades reales del "paciente" cuando éste es propuesto como operador.

Una "cura con salida laboral" inducido por el mismo sistema, es resistencial a la elaboración del rol. De este modo queda sujetado a la institución como sujeto de la institución; aquí aparece la alienación.

La "recaída" opera como tentativa de corte y a su vez de denuncia sobre cierto estado de alienación como "objeto" de las necesidades del sistema.





Hay factores económicos que determinan el lugar del operador dentro de la institución; muchas veces permanecen horas trabajando sin apoyatura técnica, profesional o de supervisión, circulando como objetos intercambiables o descartables por el mismo sistema. Cuando las economías de las instituciones son subsidiadas y los programas responden a este modelo, la comunidad terapéutica puede convertirse en un emprendimiento de bajo costo, desatendiendo los recursos necesarios para dar cumplimiento a su función y objetivos.

Muchas veces un operador atravesando la última etapa de su tratamiento, o bien en una etapa posterior, pseudo profesionalizada (pagos fuera de contratos sin seguridad social, etc.), hace que el mismo quede capturado en las reglas de juego económico de la institución, reintegrando como retribución su fuerza de trabajo a un programa que oficia como único soporte del sujeto. Carentes de fundamentos conceptuales, quedan librados a la repetición o a la improvisación, con costos que deben ser también estimados en sus consecuencias sobre el verdadero objeto de su práctica: el toxicómano en situación de tratamiento.

En síntesis, necesidades de tipo económico, de seguridad social y de los modelos que desarrolla, trae una cantidad de dificultades a su práctica.

El operador socioterapéutico soporta todo un peso institucional que trae aparejadas consecuencias tanto en su desarrollo personal como en su trabajo concreto, produciendo una diversidad de "síntomas".

Observamos la falta de una contención necesaria para un desarrollo pertinente de su función, dado por la ausencia de formación, supervisión y un espacio clínico para procesar la experiencia en sus relaciones con los pacientes, el sistema y su convivencia con otros roles profesionales.

El trabajo aislado, la falta de legitimación de su práctica y una cobertura abusiva de horas de trabajo son aspectos de un quehacer que le exige incluir su cuerpo en una escena, que iatrogeniza el ejercicio de su función. El trabajo abusivo y el estado de alienación en que lo sume la institución lo introduce en un dispositivo de dependencia, que no de mejor manera, rememora su condición de "ex toxicómano".

La crisis en su relación con el sistema muchas veces explica lo que llamamos la "recaída". Esto es, el reencuentro con una forma de "identificación" que le permite por la vía del tóxico, una tentativa de desalineación, de separación del mismo sistema que lo produce como operador y lo aliena como sujeto.

Si su inclusión en el modelo no reconoce la necesidad de "sistemas abiertos", su función se verá obstaculizada bajo los efectos tóxicos de una trama especular, de lo que en otro lugar he definido como "la adicción del sistema"; "aquello que no puede ser simbolizado a propósito de lo que interroga en el sujeto (y el sistema), el lugar del saber, el poder y la legitimidad de la representación", esa misma que está llamado esta vez a "encarnar" como operador socioterapéutico en su condición de "ex adicto".

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