martes, 27 de noviembre de 2012

Volver a la vida tras la internación


Mary Gonzales
Volver a la vida tras la internación
Con el acompañamiento de las ONG, algunos pacientes consiguen reinsertarse en la sociedad
     

Las comunidades terapéuticas suelen basarse en el diálogo y el apoyo grupal como método de rehabilitación. Foto: Archivo 
Más notas para entender este tema
Apostar por la familia y el trabajo

 
Una tarde de trabajo como cualquier otra en la Fundación Candil, Graciela Ojeda recibió una llamada: "Necesito internarme de nuevo licenciada, me estoy muriendo en vida. Si no hay camas, duermo en el piso. Déme una oportunidad más que me muero". Era la voz de Alejandro, un joven de unos 30 años que se había internado en la comunidad terapéutica de la fundación, y se había ido faltando sólo días para su egreso. Graciela recuerda el estado de Alejandro en esos primeros días: con unos fortísimos temblores por la noche, no dormía, no hablaba, sus compañeros lo bañaban y ella le daba de comer yogur en la boca.

Hoy, pocos años después, Alejandro recuerda algunos de esos episodios. "Fueron 20 años de matarme, de buscar la muerte. Viví dentro del infierno, pero hoy mi historia dio un vuelco y recuperé todo", reflexiona mientras explica que después de haber hecho el curso correspondiente, actualmente trabaja como operador terapéutico de la Fundación Candil, donde se rehabilitó.

La mayoría de las organizaciones que trabajan en adicciones cuentan con tratamientos ambulatorios para casos de usos o abusos medios de drogas, y con comunidades terapéuticas donde se internan los pacientes de mayor gravedad. "La comunidad es como una gran familia: con mucho afecto, pero con muchos límites. Es una reeducación a chicos que han perdido lo básico: las normas, la convivencia, el respeto", comenta Graciela Ojeda, presidenta de Candil. "Va más allá del consumo. En la comunidad uno aprende a conocerse a sí mismo", expresa Alberto Canepa. Él se rehabilitó en Fundación Manantiales y está en la última etapa ambulatoria del tratamiento. Está buscando trabajo y asiste a los grupos dos veces por semana: "Uno piensa que se drogó porque quería probar, pero acá adentro se da cuenta de que no es así, de que tuvo diversas carencias que lo llevaron al consumo".

Muchos adictos pasan por varias instituciones hasta que encuentran un lugar donde se sienten más cómodos, o hasta que se comprometen con voluntad a curarse. Este es el caso de Pablo Lescano, cantante de los grupos de cumbia Damas Gratis y Amar Azul. "Ya había pasado por otras dos comunidades. En una vivía medicado, como un zombi, buscaba siempre la forma de escaparme. Obviamente cuando me fui hice cualquier desastre. En la otra no me hallaba, no estaba cómodo", narra Pablo. Pero después conoció Proyecto UNO (Una Nueva Oportunidad) y se internó en su comunidad terapéutica. La quinta donde realizó el tratamiento queda en Tortuguitas y cuenta con un amplio jardín por donde los chicos caminan o se sientan en grupos a charlar. De la casa, de paredes rosas, ventanas blancas y tejas rojizas, entra y sale gente constantemente; los pacientes realizan talleres de radio o trabajan en la huerta. Pero a la hora del almuerzo todos frenan y se sientan a comer juntos. Pablo mira a su alrededor, ahora como visita, y añade: "Con todos los golpes que me había dado, ya no me quedaba otra que cambiar".

HACER EL CLIC

Gustavo Nieto tiene 39 años y era compañero de consumo de Alejandro. También se internó en la comunidad de Candil, pero se escapó a los tres meses y volvió a las drogas. "No había tomado la decisión verdadera -admite, mientras resplandecen sus ojos celestes al narrar-, pero a fines de 2006 mi señora quedó embarazada, y al octavo mes me di cuenta de que no podía criar un hijo, que era algo que yo siempre había anhelado." Ahí llamó a Gustavo y se volvió a internar. "No me fue fácil. Ya era grande y tuve un par de recaídas duras, pero lo logré: hoy puedo ser papá", exclama orgulloso. Su amistad con Alejandro no acabó: él es el padrino de su hija y trabajan juntos en la fundación.

Adicto es, etimológicamente, aquel que no habla. Y es justo hablar -introspectivamente, en privado o en grupos- el principal mecanismo de las comunidades terapéuticas. Uno puede callar o puede dibujarla, como se dice en la jerga, pero a fin de cuentas se perjudica a uno mismo. La autodeterminación y voluntad para salir de la adicción son factores clave para lograrlo. "Es opción de uno. En otros lados yo esperaba a que se descuidaran, me compraba un faso y me lo fumaba a las tres de la mañana cuando todos dormían, pero no es así. Es hasta que uno hace el clic: ¿qué quiero para mi vida? ¿Seguir en la noche, estar preso? ¿O tener a mis hijos, a mi mujer, mi trabajo?", declara Pablo.

APOYO CERCANO

La reinserción a la sociedad es un momento difícil para el adicto, ya que se enfrenta al mundo real y a todas las causas que lo llevaron en un principio a las drogas. "Es un momento muy duro. Te encontrás con el consumo en la puerta de tu casa", explica Gustavo. Uno de los principales ejes en todo mecanismo de rehabilitación es la prevención de recaídas. Se suele promover una reinserción paulatina, progresiva y con mucho apoyo de la comunidad. "Adentro nosotros controlamos las variables, pero afuera no. Al paciente se lo prepara; aprende las herramientas, los mecanismos de defensa para enfrentarse a los temores y las inseguridades del mundo real", explica Manuel Díaz, director de Asistencia y Capacitación de Fundación Candil. "No hay que perder la realidad de contacto: ésta no cambia y se van a enfrentar con cosas negativas. Si vos no los preparás para eso, duran media hora limpios en la calle", pronostica Fabián Ottone, director general de Proyecto UNO.

Juan nació en Buenos Aires y vivió en Caseros, Brasil y Miami. Cuando terminó la secundaria empezó a consumir por situaciones familiares no resueltas. Tras un episodio violento terminó preso cinco años en la cárcel de Devoto donde se recibió de abogado. Cuando salió, Juan volvió al consumo, pero un tiempo después pidió una beca en la Secretaría de Programación para la Prevención y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), y se internó en la comunidad terapéutica de Fundación Manantiales. "La reinserción fue lo más difícil, tenía mucho miedo. Tuve suerte ya que tenía recursos y me fui a vivir solo, pero era duro. Era sábado a la noche, tenía plata, pero no tenía con quién salir -cuenta angustiado-. Si no te buscás algo que hacer, esa soledad te come el cerebro."

Una de las consignas inquebrantables de la salida es cortar el vínculo con los compañeros de consumo y resolver las causas que llevaron a la drogadicción. "Lo más difícil para mí fue cortar los vínculos: mis compañeros de consumo fueron mis amigos de la infancia y no puedo volver a estar con ellos, porque es una recaída segura, tengo que prevenir esas situaciones, estar alerta", suspira Juan y cuenta que hace poco un amigo tuvo un ataque fuerte y perdió el habla, y él fue a verlo por solidaridad. Ahí estaban sus amigos de antes que le decían: Sos un desagradecido, no viniste más. "No te entienden y es muy doloroso", calla Juan y se mantiene unos segundos en silencio.

Lo cierto es que la presencia de alguien cercano en quien apoyarse es fundamental en esas instancias. "Todos los que andaban conmigo cuando me falopeaba están presos o se murieron. Yo me enfoqué en mi mujer y mis hijos. Me mudé con ella y estaba contenido; de haber vuelto al barrio hubiese recaído. Vos tenés que cortar con todo eso", dice Pablo Lescano. Fabián Ottone lo interrumpe para ratificar esto y para aclarar que en Proyecto UNO exigen que las familias de los pacientes se comprometan en el tratamiento porque si no, las probabilidades de éxito descienden notablemente.

FUERA DEL SISTEMA

Por falta de recursos, de políticas públicas y de voluntades, el sistema de rehabilitación de adicciones es insuficiente para todas las personas adictas que exigen tratamiento. "Sedronar beca a 800 pacientes por mes para el tratamiento en otras instituciones; después ingresan a este programa, donde no hay listas de espera: los pedidos se contestan en el día", explica Anabel Luases, coordinadora del Programa de Reinserción Social Ser de la Sedronar. Pero según el Censo Nacional de Centros de Tratamiento 2008 del Observatorio Argentino de Drogas, sólo el 27,3% de las instituciones cuenta con camas disponibles. Y de éstas, un 60% son de carácter privado, lo que implica que las personas con bajos recursos económicos son las primeras excluidas del sistema. "Las ONG entran para paliar estas faltas, pero con recursos limitados. Faltan políticas de Estado efectivas", se queja Manuel Díaz.

En Fundación Candil, como en la mayoría de las instituciones, tienen lista de espera. "Cada día que se aguarda es otro día de consumo. Esto me pone muy mal: pensar que yo tuve la oportunidad y otros no la van a tener", se enfurece Alejandro, dejando de lado las cifras y recordando sus días de adicto.

Juan, como muchos, salió de aquel infierno en el momento justo: "Ya tenía 33 años y se me estaba yendo la vida: eran mis últimos cartuchos". Hoy no oculta la felicidad de haber recuperado el control de su vida: trabaja como abogado, sale con una psicóloga y está haciendo un profesorado. Pablo Lescano dice vivir en tranquilidad. No es fácil alejarse de la droga para él, trabajando en un ambiente difícil y cargado de ella, pero está seguro. Gustavo Nieto disfruta de su hija y trabaja todos los días para sacar a chicos del consumo. "Dicen que la droga te lleva a tres lugares: a la muerte, al manicomio y a la cárcel. Nosotros postulamos una cuarta opción: el tratamiento. Estuvimos ahí nomás, pero la peleamos y salimos -dice, orgulloso de tener atrás un pasado oscuro y de poder mirar para adelante-. Ya no me da vergüenza decir que fui un adicto. Hoy, camino con la frente en alto."

Por Magdalena Pizarro 
De la Fundación LA NACIONVolver a la vida tras la internación
Con el acompañamiento de las ONG, algunos pacientes consiguen reinsertarse en la sociedad


Las comunidades terapéuticas suelen basarse en el diálogo y el apoyo grupal como método de rehabilitación. Foto: Archivo 
Más notas para entender este tema
Apostar por la familia y el trabajo


Una tarde de trabajo como cualquier otra en la Fundación Candil, Graciela Ojeda recibió una llamada: "Necesito internarme de nuevo licenciada, me estoy muriendo en vida. Si no hay camas, duermo en el piso. Déme una oportunidad más que me muero". Era la voz de Alejandro, un joven de unos 30 años que se había internado en la comunidad terapéutica de la fundación, y se había ido faltando sólo días para su egreso. Graciela recuerda el estado de Alejandro en esos primeros días: con unos fortísimos temblores por la noche, no dormía, no hablaba, sus compañeros lo bañaban y ella le daba de comer yogur en la boca.

Hoy, pocos años después, Alejandro recuerda algunos de esos episodios. "Fueron 20 años de matarme, de buscar la muerte. Viví dentro del infierno, pero hoy mi historia dio un vuelco y recuperé todo", reflexiona mientras explica que después de haber hecho el curso correspondiente, actualmente trabaja como operador terapéutico de la Fundación Candil, donde se rehabilitó.

La mayoría de las organizaciones que trabajan en adicciones cuentan con tratamientos ambulatorios para casos de usos o abusos medios de drogas, y con comunidades terapéuticas donde se internan los pacientes de mayor gravedad. "La comunidad es como una gran familia: con mucho afecto, pero con muchos límites. Es una reeducación a chicos que han perdido lo básico: las normas, la convivencia, el respeto", comenta Graciela Ojeda, presidenta de Candil. "Va más allá del consumo. En la comunidad uno aprende a conocerse a sí mismo", expresa Alberto Canepa. Él se rehabilitó en Fundación Manantiales y está en la última etapa ambulatoria del tratamiento. Está buscando trabajo y asiste a los grupos dos veces por semana: "Uno piensa que se drogó porque quería probar, pero acá adentro se da cuenta de que no es así, de que tuvo diversas carencias que lo llevaron al consumo".

Muchos adictos pasan por varias instituciones hasta que encuentran un lugar donde se sienten más cómodos, o hasta que se comprometen con voluntad a curarse. Este es el caso de Pablo Lescano, cantante de los grupos de cumbia Damas Gratis y Amar Azul. "Ya había pasado por otras dos comunidades. En una vivía medicado, como un zombi, buscaba siempre la forma de escaparme. Obviamente cuando me fui hice cualquier desastre. En la otra no me hallaba, no estaba cómodo", narra Pablo. Pero después conoció Proyecto UNO (Una Nueva Oportunidad) y se internó en su comunidad terapéutica. La quinta donde realizó el tratamiento queda en Tortuguitas y cuenta con un amplio jardín por donde los chicos caminan o se sientan en grupos a charlar. De la casa, de paredes rosas, ventanas blancas y tejas rojizas, entra y sale gente constantemente; los pacientes realizan talleres de radio o trabajan en la huerta. Pero a la hora del almuerzo todos frenan y se sientan a comer juntos. Pablo mira a su alrededor, ahora como visita, y añade: "Con todos los golpes que me había dado, ya no me quedaba otra que cambiar".

HACER EL CLIC

Gustavo Nieto tiene 39 años y era compañero de consumo de Alejandro. También se internó en la comunidad de Candil, pero se escapó a los tres meses y volvió a las drogas. "No había tomado la decisión verdadera -admite, mientras resplandecen sus ojos celestes al narrar-, pero a fines de 2006 mi señora quedó embarazada, y al octavo mes me di cuenta de que no podía criar un hijo, que era algo que yo siempre había anhelado." Ahí llamó a Gustavo y se volvió a internar. "No me fue fácil. Ya era grande y tuve un par de recaídas duras, pero lo logré: hoy puedo ser papá", exclama orgulloso. Su amistad con Alejandro no acabó: él es el padrino de su hija y trabajan juntos en la fundación.

Adicto es, etimológicamente, aquel que no habla. Y es justo hablar -introspectivamente, en privado o en grupos- el principal mecanismo de las comunidades terapéuticas. Uno puede callar o puede dibujarla, como se dice en la jerga, pero a fin de cuentas se perjudica a uno mismo. La autodeterminación y voluntad para salir de la adicción son factores clave para lograrlo. "Es opción de uno. En otros lados yo esperaba a que se descuidaran, me compraba un faso y me lo fumaba a las tres de la mañana cuando todos dormían, pero no es así. Es hasta que uno hace el clic: ¿qué quiero para mi vida? ¿Seguir en la noche, estar preso? ¿O tener a mis hijos, a mi mujer, mi trabajo?", declara Pablo.

APOYO CERCANO

La reinserción a la sociedad es un momento difícil para el adicto, ya que se enfrenta al mundo real y a todas las causas que lo llevaron en un principio a las drogas. "Es un momento muy duro. Te encontrás con el consumo en la puerta de tu casa", explica Gustavo. Uno de los principales ejes en todo mecanismo de rehabilitación es la prevención de recaídas. Se suele promover una reinserción paulatina, progresiva y con mucho apoyo de la comunidad. "Adentro nosotros controlamos las variables, pero afuera no. Al paciente se lo prepara; aprende las herramientas, los mecanismos de defensa para enfrentarse a los temores y las inseguridades del mundo real", explica Manuel Díaz, director de Asistencia y Capacitación de Fundación Candil. "No hay que perder la realidad de contacto: ésta no cambia y se van a enfrentar con cosas negativas. Si vos no los preparás para eso, duran media hora limpios en la calle", pronostica Fabián Ottone, director general de Proyecto UNO.

Juan nació en Buenos Aires y vivió en Caseros, Brasil y Miami. Cuando terminó la secundaria empezó a consumir por situaciones familiares no resueltas. Tras un episodio violento terminó preso cinco años en la cárcel de Devoto donde se recibió de abogado. Cuando salió, Juan volvió al consumo, pero un tiempo después pidió una beca en la Secretaría de Programación para la Prevención y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), y se internó en la comunidad terapéutica de Fundación Manantiales. "La reinserción fue lo más difícil, tenía mucho miedo. Tuve suerte ya que tenía recursos y me fui a vivir solo, pero era duro. Era sábado a la noche, tenía plata, pero no tenía con quién salir -cuenta angustiado-. Si no te buscás algo que hacer, esa soledad te come el cerebro."

Una de las consignas inquebrantables de la salida es cortar el vínculo con los compañeros de consumo y resolver las causas que llevaron a la drogadicción. "Lo más difícil para mí fue cortar los vínculos: mis compañeros de consumo fueron mis amigos de la infancia y no puedo volver a estar con ellos, porque es una recaída segura, tengo que prevenir esas situaciones, estar alerta", suspira Juan y cuenta que hace poco un amigo tuvo un ataque fuerte y perdió el habla, y él fue a verlo por solidaridad. Ahí estaban sus amigos de antes que le decían: Sos un desagradecido, no viniste más. "No te entienden y es muy doloroso", calla Juan y se mantiene unos segundos en silencio.

Lo cierto es que la presencia de alguien cercano en quien apoyarse es fundamental en esas instancias. "Todos los que andaban conmigo cuando me falopeaba están presos o se murieron. Yo me enfoqué en mi mujer y mis hijos. Me mudé con ella y estaba contenido; de haber vuelto al barrio hubiese recaído. Vos tenés que cortar con todo eso", dice Pablo Lescano. Fabián Ottone lo interrumpe para ratificar esto y para aclarar que en Proyecto UNO exigen que las familias de los pacientes se comprometan en el tratamiento porque si no, las probabilidades de éxito descienden notablemente.

FUERA DEL SISTEMA

Por falta de recursos, de políticas públicas y de voluntades, el sistema de rehabilitación de adicciones es insuficiente para todas las personas adictas que exigen tratamiento. "Sedronar beca a 800 pacientes por mes para el tratamiento en otras instituciones; después ingresan a este programa, donde no hay listas de espera: los pedidos se contestan en el día", explica Anabel Luases, coordinadora del Programa de Reinserción Social Ser de la Sedronar. Pero según el Censo Nacional de Centros de Tratamiento 2008 del Observatorio Argentino de Drogas, sólo el 27,3% de las instituciones cuenta con camas disponibles. Y de éstas, un 60% son de carácter privado, lo que implica que las personas con bajos recursos económicos son las primeras excluidas del sistema. "Las ONG entran para paliar estas faltas, pero con recursos limitados. Faltan políticas de Estado efectivas", se queja Manuel Díaz.

En Fundación Candil, como en la mayoría de las instituciones, tienen lista de espera. "Cada día que se aguarda es otro día de consumo. Esto me pone muy mal: pensar que yo tuve la oportunidad y otros no la van a tener", se enfurece Alejandro, dejando de lado las cifras y recordando sus días de adicto.

Juan, como muchos, salió de aquel infierno en el momento justo: "Ya tenía 33 años y se me estaba yendo la vida: eran mis últimos cartuchos". Hoy no oculta la felicidad de haber recuperado el control de su vida: trabaja como abogado, sale con una psicóloga y está haciendo un profesorado. Pablo Lescano dice vivir en tranquilidad. No es fácil alejarse de la droga para él, trabajando en un ambiente difícil y cargado de ella, pero está seguro. Gustavo Nieto disfruta de su hija y trabaja todos los días para sacar a chicos del consumo. "Dicen que la droga te lleva a tres lugares: a la muerte, al manicomio y a la cárcel. Nosotros postulamos una cuarta opción: el tratamiento. Estuvimos ahí nomás, pero la peleamos y salimos -dice, orgulloso de tener atrás un pasado oscuro y de poder mirar para adelante-. Ya no me da vergüenza decir que fui un adicto. Hoy, camino con la frente en alto."


Por Magdalena Pizarro
De la Fundación LA NACION

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